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1 de junio de 2023 | Historia

Europa en el siglo XIX

Neocoloniallismos e imperialismo

Hacia fines del siglo XIX, la política europea expresaba un nuevo equilibrio en el que Alemania ocupaba un papel preponderante. En efecto, pese a las cuidadosas disposiciones del Congreso de Viena, en 1815, el proceso de unificación de los territorios germánicos no había podido evitarse.

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por:
Alberto Lettieri

La nueva potencia que ocupaba el corazón de Europa constituía un motivo de grave preocupación para las cancillerías del viejo continente ya que, tras la crisis de 1873, la nación alemana detentaba tanto un predominio militar como económico. En este caso, sólo Estados Unidos, pujante sociedad de frontera que se había desarrollado abruptamente a lo largo del siglo, podía competir en vitalidad con la moderna industria germana.

Sin embargo, los norteamericanos parecían todavía poco dispuestos a romper su aislamiento continental, mientras terminaban de unificar su mercado interno y de ocupar las últimas tierras vacías. Por ese motivo, debido a la estrecha vinculación existente entre las economías europeas y el extenso conjunto de naciones que componían el heterogéneo conjunto de las economías subdesarrolladas o en vías de crecimiento, a través de la División Internacional del Trabajo, el equilibrio europeo se convertía en una cuestión de alcance mundial. En este contexto, diversas razones contribuyeron a impulsar un nuevo movimiento expansivo de las principales potencias europeas a partir de 1880, que recibió la denominación de colonialismo o imperialismo.

La principal razón de esta nueva expansión era, sin dudas, económica. La crisis de 1873 había desnudado la incapacidad del mercado para equilibrar la oferta y la demanda mediante el mecanismo de la “mano invisible”. Por el contrario, la competencia desaforada entre las economías industriales europeas por alcanzar una primacía en los mercados emergentes respetando las reglas de juego del mercado habían llevado a la crisis a la economía mundial, al deprimir de tal modo los precios que las empresas industriales terminaron por obtener exiguos márgenes de ganancia, o bien trabajar directamente a pérdida, para garantizar su continuidad en los mercados internacionales. Por ese motivo, una vez repuestos de la crisis y fortalecidas por la adopción de avances científicos y técnicos aplicados a nuevas ramas de producción –como la química, la electricidad, el petróleo, el motor a explosión etc.–, los empresarios europeos se negaron a reinsertarse en el juego sin red del libre mercado, presionando a sus gobiernos para trocar la competencia libre por el control monopólico de mercados en el exterior, por medio de la acción diplomática o militar. En tal sentido, las últimas décadas del siglo XIX fueron las del reparto colonial del territorio del África entre las potencias europeas, la formación de protectorados sobre naciones débiles, la profundización de las relaciones de dependencia –en mayor o menor grado– entre naciones europeas centrales y países periféricos, etcétera.

La conquista de nuevos territorios no sólo posibilitaba el control excluyente de sus mercados, proveedores de materias primas y alimentos y consumidores de manufacturas, sino que proveía de una excelente herramienta de control social. En efecto, el culto del prestigio nacional operaba maravillas sobre las masas obreras, alejándolas de la tentación del internacionalismo proletario y consolidando, de esa manera, la posición de las elites dirigentes de extracción burguesa o aristocrática y la cristalización de la construcción de las nacionalidades modernas en naciones de reciente reunificación, como en los casos de Alemania o Italia. En tal sentido, a fines del siglo XIX reapareció el espíritu de cruzada, que permitía encubrir los mezquinos deseos de dominación colonial tras la sagrada misión de conversión y civilización de los paganos. Por último, no estuvo ausente una sana inquietud científica por el descubrimiento de culturas y territorios desconocidos, emparentada estrechamente con un indomable espíritu aventurero.

La política del colonialismo o imperialismo afectó de diversas maneras el equilibrio europeo. Por un lado, impulsó realineamientos internacionales de significación, en torno de las cuestiones específicamente coloniales. A menudo, esos reacomodamientos, originados en cuestiones coloniales, condujeron a una entente más general, como en el caso de la alianza acordada entre Francia, Inglaterra y Rusia. En tal sentido, en 1904, Francia e Inglaterra firmaron una alianza defensiva y ofensiva, denominada Entente Cordiale. En 1907, se selló un acuerdo similar entre Inglaterra y Rusia. Las rivalidades coloniales originaron una verdadera carrera armamentista encabezada por Alemania e Inglaterra, que afectaron la vida interna de las naciones, al estimular las doctrinas racistas y las teorías evolucionistas que intentaron justificar la supremacía de una raza o un pueblo sobre el resto, o bien la necesidad de los Estados de ocupar su “espacio vital”, ya que el no hacerlo los exponía a una segura decadencia. Las nuevas alianzas establecidas a nivel internacional condujeron a la adopción de nuevas estrategias, que incluyeron el carácter secreto de la diplomacia, que impedía identificar los alineamientos concretados.

De este modo, hacia fines del siglo XIX e inicios del siglo XX, las reglas de juego que privilegiaban el librecambio y la preservación de la paz se habían esfumado, dejando paso a la impugnación de los mecanismos del mercado, el convencimiento sobre la inevitabilidad de la lucha entre potencias por su supervivencia y el nuevo credo de los “destinos nacionales”, montado sobre una doctrina evolucionista que proclamaba la superioridad de las razas blancas, el antisemitismo (fundamentalmente en Rusia, Alemania, Francia y Austro-Hungría) –que responsabilizaba a los miembros de la colectividad judía de las miserias del capitalismo– y el temor al peligro amarillo (chinos y japoneses). En este contexto, la guerra mundial estaba a la vuelta de la esquina, por lo que su inicio, en 1914, no pudo sorprender siquiera al observador menos avisado. (www.REALPOLITIK.com.ar)


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Alberto Lettieri

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