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14 de julio de 2023 | Literatura

La parisina, capítulo XIV

Un viaje diferente

Los diecisiete días del viaje fueron, en la conciencia de Albertine y Muniagurria, un lienzo inabarcable que fijó, para siempre, algunos de los mejores momentos de sus vidas.

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HORACIO DELGUY

por:
Juan Basterra

Liberados del cepo adormecedor del hábito, y circunvalados por una geografía de la que no se vislumbraban los confines, y en la que era muy difícil precisar la profundidad y las alturas, todos los anhelos y las acciones imprimían en el ánimo de cada uno de ellos una fuerza que los sobrepasaba y los unía en la singularidad de su potencia. En uno de los atardeceres que precedían a la oscuridad creciente en la cubierta y la iluminación abrupta en los salones, los camarotes y los lugares comunes de los diferentes pisos del trasatlántico mediante apliques de Lalique, Albertine dijo:

—¿Se da cuenta de que hasta las manecillas de los relojes parecen haber perdido su ritmo sosegado y preciso?

—Sí -contestó Muniagurria observando el vapor que ascendía lentamente desde la popa del navío-. Hasta el movimiento de las nubes parece diferente. Recuerdo un cuadro expuesto en un museo de Reims que reproduce, en un momento y en un ámbito diferente a este, algo semejante a lo que nos sucede. Una mujer y un hombre están observando un amanecer frente al anfiteatro romano de Pula, enclavado en tierras croatas. No podemos ver sus rostros, pero sí el contraste sugerido entre la fugacidad y lo perenne. Los rayos del sol naciente iluminan las gradas más altas del anfiteatro; los miembros de la pareja están casi velados por la oscuridad de la calzada y los vestigios de la noche transcurrida. Cuando observé ese cuadro, pocos meses antes del inicio de la Gran Guerra, pensé que en él estaba cifrado todo lo que compendia los días felices y, para nuestra verdadera desventura, la caducidad de esos mismos y maravillosos días. En estos momentos vividos junto a usted, recupero esa certidumbre pero, y afortunadamente también, la necesaria ilusión de que puedo estar muy equivocado en lo que pienso y expreso.

—Espero esté equivocado -dijo Albertine besando a Muniagurria-. No piense en la caducidad, en los finales. ¿Recuerda aquellas gaviotas que nos acompañaron al comienzo del viaje y que nunca cejaban en su empeño? Ellas ignoran lo que usted tanto embellece en sus poemas: la finitud y la muerte. Son. Usted mismo me lo dijo hace una noches: "Seremos. Eso es lo que importa ahora".

Muniagurria sonrió para Albertine y pensó para sí mismo: "Sos todo lo que me interesa; todo el resto es novelería".

—¿Leyó "Taras Bulba", de Gogol? -prosiguió, acentuando el nombre de la novela.

—No -contestó Albertine.

—Es un libro interesante. Desarrolla la infinita sucesión de la crueldad y el sufrimiento -Muniagurria advirtió el tono adusto en el rostro de Albertine-. No me haga caso. Mejor le hablo de un joven poeta de Buenos Aires a quien quisiera presentarle.

—¿Quién es? -Preguntó Albertine, que desconocía absolutamente todo de la literatura argentina.

—Se llama Jorge Francisco Isidoro Luis Borges. El año próximo publicará su primer libro de poemas. Espero que usted esté todavía en Buenos Aires para poder leerlo. 

 

Continuará... (www.REALPOLITIK.com.ar) 


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Juan Basterra, Literatura, La parisina

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