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28 de julio de 2023 | Literatura

La parisina, capítulo XVI

Muniagurria y Borges

La amistad entre Muniagurria y Borges era reciente. Algunos meses antes del viaje en el que conocería a Albertine, y que era el retorno de una "embajada de comercio" en París, Muniagurria había coincidido con Borges en una pequeña tertulia en homenaje a Macedonio Fernández.

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HORACIO DELGUY

por:
Juan Basterra

El lugar elegido era la confitería "La perla". A la reunión asistieron también Santiago Dabove y Enrique Fernández Latour, entre los conocidos de Muniagurria. El último en llegar a la mesa -ubicada en la parte trasera de la confitería, y bajo una iluminación tenua e insuficiente- fue Borges. Muniagurria vio llegar a un muchacho de porte distinguido y tímido. El primer apretón de manos fue firme y sin sonrisas.

Muniagurria apreció inmediatamente la bonhomía y cordialidad del joven. La mesa era presidida por Dabove. La silla ubicada en el extremo cercano al fondo del salón estaba reservada a Macedonio, que ignoraba el carácter de homenaje que tenía la reunión. Muniagurria era el mayor de todos los comensales. Casi todos estaban vestidos con levitas y sombreros de copa. La intención vestimentaria estaba dirigida a Macedonio, que había cumplido años dos días antes, el 1 de junio de 1921. Muniagurria invitó a sentarse a Borges al lado suyo. El protocolo de mesa era estricto y había sido ideado por Dabove en los días previos a la cena: ocho sillas (dos en los extremos) rodearían a la mesa ovoidal en un distanciado perfecto; la cubertería sería de plata, y la vajilla, de cristal de Bohemia. En la silla opuesta a la cabecera presidida por Macedonio se sentaría el mismo Dabove, que ejercía una tutela afectuosa y distante con los demás integrantes del cenáculo: Borges, Muniagurria, Álvaro Melián Lafinur, Leopoldo Marechal, Raúl Scalabrini Ortiz y Enrique Fernández Latour.

Antes de la llegada de Macedonio se colocaron arreglos florales en las cercanías de bandejas orladas de motivos campestres: orquídeas y hortensias azules, claveles y jacintos, en una suerte de simetría entre las concreciones de la naturaleza y sus representaciones por el arte. Muniagurra preguntó a Borges:

-¿Dónde vive?

Borges, con voz apagada y dejo entusiasta, respondió:

- En un Hotel de Esmeralda al 264. Dentro de pocos días me mudo a una casa ubicada en la calle Bulnes, casi en la orilla del suburbio.

Muniagurria rió y dijo:

-Esas orillas de las que usted habla están mucho más lejos. Un día de estos, nos damos una vuelta por aquellos pagos.

-Como usted diga -respondió Borges-. Me gusta ese mundo crepuscular. Escribo algunas cosas relacionadas a esos paisajes.

-Algo de eso me dijo de usted Dabove -Muniagurria mostró una sonrisa comprensiva-. Me dijo también que lo hace muy bien y con estilo.

-Eso es una patraña -Borges sonrió plenamente-. Lo dice porque soy joven y no quiere malherirme.

-Recite algo de lo suyo antes de que llegue Macedonio. Me gusta escuchar -dijo Muniagurra mientras servía champagne en las dos copas.

Borges, algo incómodo, y a media voz, comenzó:

-"Amanecen temblando las guitarras

mi alma pájaro oscuro ante su cielo

Ya se murió la lámpara en la urna

más todavía

Clama el silencio de las manos

como una herida abierta". (www.REALPOLITIK.com.ar)


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Juan Basterra, La parisina

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