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2 de septiembre de 2023 | Literatura

La parisina, capítulo XXI

Albertine y los restos de la coronela Delfina

El año anterior a su segundo viaje a Buenos Aires, Albertine había conocido Montevideo, las dilatadas llanuras bonaerenses y algunas ciudades de Entre Ríos y Santa Fe.

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por:
Juan Basterra

En agosto de 1920, el encuentro y conocimiento de un esbozo biográfico titulado "La coronela Delfina", hallado en una mesa de saldos de la "Place de Vosgues", habían decicidido el próximo destino de la mujer francesa. Albertine se sintió impresionada por la imagen de la tapa: una guerrera pelirroja y con atavíos militares, a grupas de un caballo.

El esbozo, escrito con tinta negra, y en perfecta letra cursiva, tenía treinta y seis páginas. Al esbozo iban abrochadas cuatro hojas con mapas antiguos y referencias de combates. El texto abundaba en regionalismos rioplatenses y arcaísmos hispánicos, y en su ejecución, de arquitectura sobresaliente, Albertine adivinó el genio de un autor soberbio y enciclopedista.

Los episodios guerreros de la mujer estaban vinculados a un caudillo de Entre Ríos llamado Francisco Ramírez, "El Supremo Entrerriano", antiguo aliado y luego enemigo de José Gervasio Artigas, "Protector de los Pueblos Libres". El origen de la mujer era desconocido, pero vinculado remotamente a un virrey portugués. La muerte del caudillo entrerriano, la exhibición de su cabeza embalsamada en una jaula de hierro, y el destino breve y oscuro de "La Delfina" le parecieron los motivos suficientes y subyugantes para la ejecución de un libro propio y de futura concreción. El viaje a la geografía de los hechos le pareció necesario y de carácter impostergable. 

Durante la mañana del 7 de abril de 1921 abordó el trasatlántico "Le Périgord" en el Puerto de Dunkerque. Su hermana Juliette la acompañó hasta las proximidades de la escalera de embarque. El abrazo de despedida fue breve y firme. Albertine dijo: 

- Cuida de mamá y Faustine. En unos meses estaré de regreso. No teman.

En Buenos Aires estuvo solamente dos días. El verdadero destino de su viaje eran las tierras entrerrianas y la ciudad de Montevideo. 

A Paraná llegó en una pequeña embarcación, y con cuatro valijas de cuero y bronce que guardaban atavíos de viaje: casacas, camperas y pantalones confeccionados en cuero y gro, y sombreros con que atenuar el frío, el sol y la lluvia. El lugar elegido para la estadía fue el "Gran Hotel Cransac".

Todos los días, de mañana, caminaba en dirección al río y observaba las orillas vecinas. Del bolso de mano confeccionado con piel de astracán sacaba la libreta de apuntes, y en un viaje interior que abarcaba el pasado remoto y el presente más imperioso, extraía sus impresiones con caligrafía precisa y estilo distante.

A Concepción del Uruguay, la segunda de las ciudades entrerrianas visitadas, llegó un atardecer destemplado y frío. Pagó la mejor habitación del "Hotel París". Era un 6 de julio de 1921 y faltaban cuatro días para el centenario de la muerte del caudillo. Albertine pensó en el trágico destino de la amante del Ramírez: pobre y solitaria, habría de sobrevivirlo solamente diecisiete años para ser enterrada en una tumba modesta en las proximidades del osario común.

El 10 julio amaneció tormentoso. Del ropero próximo a la cama de su habitación en el hotel, Albertine sacó dos ramos de calas. El vestido elegido era negro y sin adornos. Dos plumas de perdiz rodeaban un pequeño sombrero asentado sobre los cabellos de color marrón oscuro. De la cercana Basílica de la Concepción llegaba el sonido de las campanas que anunciaban la misa matutina. Los pocos transeuntes de aquella mañana lluviosa pudieron ver entonces, y acaso por única vez en su vida, el paso decidido y leve de una mujer de elegancia ultramarina que atravesaba las calles cotidianas.

En el Cementerio de Concepción del Uruguay dejó como ofrenda uno de los ramos de calas en el panteón de la familia Calvento. Los restos de Norberta, la prometida de Ramírez, y adversaria de "La Delfina", cumplían su eterno descanso en el interior del pequeño edificio de inspiración neoclásica.

Una media hora después de permanecer rezando al pie de la escalera del panteón, Albertine se dirigió en dirección suroeste hacia un descampado que hacía las veces de osario del antiguo cementerio de la ciudad.  Comenzaban a caer gotas pesadas desde un cielo cargado de amenazas y urgencias. Albertine buscó el centro probable del camposanto abandonado. Los restos de "la coronela Delfina" descansaban ahí mismo, pensó imperativamente. Depositó el otro ramo de calas sobre el suelo barroso e inestable. Rezó un breve salmo aprendido de niña en el catecismo de la iglesia de Saint-Sulpice. En el cielo del mediodía entrerriano, y sobre un entramado de todos los grises, el sol asomaba entonces, sus primeros rayos.


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