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Claudio Rissi, el actor artesanal que se volvió popular de grande
Teatro en un garage, obras en cárceles, películas de culto y personajes inolvidables: la continua búsqueda de este laburante que El Marginal terminó de consagrar como artista popular.
"En las cárceles hay olor a tumba", asegura Claudio Rissi, mientras juega con un encendedor en la mesa de su departamento. "Algunos creen que es a meo, porque huele a acre. O a mierda. Pero es una conjunción de miasmas. Es que hay algo más allí: se trata de una acidez muy particular. Y creo que tiene que ver con la adrenalina que produce estar ahí adentro. Imaginate lo que debe ser entrar por primera vez. Cuando lo tuve que hacer yo y sentía como se iban cerrando puertas detrás, pensaba: 'Espero que no me pierdan el documento que me hicieron dejar, porque me corto la tolaspi'. Es muy heavy, man".
Mucho antes de que Mario Borges ganara centralidad en El Marginal a fuerza de un liderazgo sangriento y una representación sublime en el escenario de la cárcel de San Onofre (al que se agregará en la próxima temporada el de Puente Viejo), Claudio Rissi ya había circulado por varios penales de la provincia de Buenos Aires. Claro que no como recluso -tal como encarna su exitoso personaje en la serie-, sino como actor de teatro.
La primera vez fue a principios de los '90, en Olmos, a través de la obra "Buscando la cruz", del psicólogo, investigador y dramaturgo Jorge Huertas. "Ahí hacía un papel muy chiquito, aparecía apenas siete minutos en un espectáculo de hora y media, pero representando a un chorro correntino que era muy gracioso", recuerda Rissi. "La obra estaba ambientada en la calle. Había un viejo internado y otro que aparece y se lo lleva a morir debajo de las estrellas, pero en el medio los chorean y la pasan como el orto. La obra era divertida, un carnaval".
La intervención de Rissi era pequeña pero generaba empatía entre los presos. Y también entre las presas: "En la parte de mujeres de Olmos una vez me llenaron de regalitos como dibujos, troqueles o cartulinas agradeciéndome. Fue muy movilizador".
Entre las postales inolvidables de aquellos años haciendo teatro en penales también aparece un domingo lluvioso en Melchor Romero. "Antes de empezar la obra, me cambié en una cocina que tenía una ventana enrejada. Desde ahí se veía un pasillo abierto y el pabellón de enfrente, donde una mina miraba caer las gotas en el asfalto con un bebé al lado y pañales de tela intentando secarse entre la humedad. Jamás voy a olvidar esa mirada: la tengo grabada en mi memoria y seguramente aparece cuando algún personaje me lo pide. Porque uno es un cajón de archivos y un detective en la búsqueda de un rol, y la imaginación no es otra cosa que la compaginación de info que tenés por ahí", postula.
Poco después de aquellas experiencias, Claudio Rissi levantó con sus propias manos un teatro en la vivienda que habitó durante veinte años en Monte Grande. No son pocos los vecinos que aún recuerdan las obras y talleres en aquella sala que el actor hizo de manera artesanal. Desde la programación hasta la iluminación: "Compraba lámparas, zócalos y cables térmicos, después me iba a una zinguería con un diseño de caja con parte curva, pintaba todo eso con un negro térmico y finalmente le ponía papel aluminio, que de un lado es opaco y entonces ocultaba los faroles".
Un día, un ex alumno suyo de aquellos talleres apareció de vuelta por el teatro de Monte Grande para contarle que estaba dando clases en la secundaria de la cárcel de Ezeiza: Quería llevar una función suya. "Agarré al elenco que tenía y le dije: 'yo ya conozco la experiencia de la cárcel, ¿quieren hacerla ustedes?", evoca el actor. La respuesta fue positiva y montaron entonces una obra que estaban haciendo en base a tres cuentos de Fontanarrosa.
"Aunque entres a la cárcel a actuar, el mambo es muy duro. Tener que dejar los documentos en la puerta y ver como se te cierran los portones a medida que vas avanzando... ¡mamita querida!!. Y, a pesar de que grabábamos en una cárcel como la de Caseros, que ya no funciona, el principio de El Marginal fue muy heavy para mí también. Hay decorados en los que sentí que actué mal, que tuve que hacer un esfuerzo para sacar la escena adelante. Aunque parezca divertido, no es fácil ese entorno", asegura Rissi.
Durante los tiempos en los que la única forma de trabajar en la ficción televisiva era ir por los canales a la pesca, a Claudio le decían Daniel (su otro nombre) y burlaba a la seguridad privada con una base de maquillaje que se ponía antes de entrar: "Estoy grabando", decía con seguridad. Solo así lograba romper esa primera barrera: "No tenía un mango y prefería irme caminando hasta los castings para poder comprarme un paquete de puchos, que además me distraían las ganas de comer. Aunque muchas veces eran caminatas tristes, porque me rechazaban los papeles y me volvía cagado de hambre y llorando".
Rissi empezó a hacer teatro a fines de los '70, cine a mediados de los '80 y televisión con regularidad entrados los '90. Generalmente con personajes queribles pero secundarios (el efímero aunque inolvidable Galván en Los Simuladores, el narpie de Diego Capusotto en el corto Tiempo de Descuento o sus consagratorios roles en las películas 76 89 03 y Aballay, premiados con sendos Cóndor de Plata). "Siempre fui muy de elegir los papeles", jura Rissi. "Estaba cagado de hambre y un colega amigo me decía: '¡qué negro de mierda sos! ¡Tenés que agarrar lo que aparece!'. Pero prefería no hacer estupideces".
La convocatoria para participar de El Marginal encontró a Rissi en un momento de profundo análisis sobre su carrera actoral. "A veces iba a buscar trabajo pero con miedo. ¿Estaba preparado para que ese personaje tuviera éxito? Era una especie de actitud inconsciente: quiero el laburo, pero a la vez no. El rechazo era frustrante pero libertador. ¡Estaba como para andar un acompañante terapéutico!", suelta el actor entre risas mordaces. "Sin embargo creo que la propuesta de El Marginal me encontró bien plantado: a pesar de que nunca me siento conforme con lo que hago, creo que hice buenos laburos en teatro, cine y tele que estoy dispuesto a defender".
En el esquema de una serie como El Marginal (que arrancó con una temporada a ver qué pasaba y luego tuvo que tejer un enramado de precuelas para poder administrar el éxito), el personaje de Mario Borges fue creciendo en personalidad e importancia hasta convertirse en un elemento fundamental. La muestra firme es que sobrevivió a cuatro temporadas de muertes a chorreras que se cargaron a varios personajes y actores. El quid de El Marginal es la impiedad a la hora de ejecutar a alguien, la serie pide sangre y muerte. Pero también pide que Mario Borges siga vivo. Sería inconcebible una temporada sin él ni su hermano Diosito (Nicolás Furtado), a quienes el guión tantas veces salvó de muertes que parecían irreversibles.
Probablemente el éxito de Mario Borges y su ascendencia en la serie tenga que ver con que todo espectador es consciente de que hay algo de Claudio Rissi detrás de esa máscara: un atrevido que se mueve como experto, un reo que cautiva con su elegancia, un astuto para nada improvisado. Rissi hizo a Borges del mismo modo que creó las lámparas de su teatro en Monte Grande: con conocimiento e inventiva. Y –acaso no lo sepa-, del mismo modo que el otro Borges definió a la creación literaria: una mezcla de orden y aventura.
No hay cuadra por la que camine Claudio Rissi en la que no lo paren para pedirle una foto. Ni lugar al que vaya a comer y alguien no le solicite un mensaje de Whastapp a un amigo haciendo de Borges. Algunos días lo tolera con más humor que otros, pero siempre termina accediendo. "Digamos que estaba preparado para que pasara esto, pero no me lo esperaba. Porque me imaginaba que podía ocurrir, aunque nunca trabajé para que sucediera", afirma. "Es que no me hice actor para firmar autógrafos, volverme famoso o que me pidan fotos, sino para conmoverme y conmoverte, aprender algo de cada personaje y contar historias".
Algunas de esas historias se ven reflejadas en otras fotos: las que el actor tiene colgadas en las paredes del departamento. En una están abrazados y embarrados con Nicolás Furtado. Es de la frenética escena inicial de la temporada que acaba de finalizar: una persecución policial en el cementerio de Avellaneda, a oscuras. "Fue después de haber corrido toda la noche. Parece que estábamos actuando, pero en realidad quedamos rotos y no podíamos más. Por eso terminamos abrazados, descansando en el otro".
También hay otra en blanco y negro con Rissi de bigotes y pantalón corto. Es de 1977, año en el que comenzó a actuar. "Me anoté en el conservatorio y, antes de entrar, me incluyeron en una obra en el teatro Payró", explica. "Hacía diez personajes. Transcurría en un baño y se llamaba "En este lugar sagrado", por la frase: 'En este lugar sagrado, donde acude tanta gente, hace fuerza el más cobarde y se caga el más valiente'. La foto que tengo colgada es sobre el último cuadro, llamado "la tortura de la higiene". Ahí aparecía vestido con un sobretodo lleno de cucardas que después me arrebataban. A pesar de que era un delirio, hablábamos de esas cosas en esa época".
Su recorrido por el teatro es acaso el menos conocido, aunque muy bien reconocido: en 2015 ganó el premio ACE como mejor actor de teatro alternativo. Fue por su inolvidable papel del Tatita en "Terrenal", de Mauricio Kartún, intermediando entre Caín y Abel. Encarnaba a una figura bíblica pero con aires norteños y su propia impronta. La obra va por su sexta temporada, siempre en el Teatro del Pueblo, pero ya sin Rissi. Aunque su aporte fue fundamental: "Tiene el don de la gracia, eso no se compra ni se aprende", escribió el colega de Télam Héctor Puyó en 2014, ocasión en la que ya advertía el actor debía ser "obligatoriamente observado por los jurados teatrales que pululan por Buenos Aires".
"Ser actor no es nada fácil", evalúa Rissi en retrospectiva, aunque influido por frenético ritmo de su actualidad televisiva (está por salir una miniserie de cuatro capítulos por HBO que co-protagoniza junto a Nicolás Furtado). "Estás diez horas grabando y después, cuando vas a tu casa, debés encima ponerte a estudiar el libro para el día siguiente. Y buscar la manera de que el persona continúe vivo dentro de la historia. Algunos dirán: 'hijo de puta, andá a hombrear bolsas diez horas diarias'. Pero el nuestro es un laburo intenso que depende de la concentración. Y la concentración también tiene sus límites".
"Los actores necesitamos resolver un montón de cosas", profundiza Rissi. "No solo decir la letra, que tal vez la aprendimos hace un rato, sino también contar la historia, emocionarte, y además superar dificultades técnicas como la luz, dónde está puesta en escena, cómo debo sentarme, qué plano me va a tomar, cuándo voy a hablar, si la cámara está encendida o tengo que esperarla. Y encima.... pasar la pantalla y llegar al corazón de quien te está mirando", concluye. (www.REALPOLITIK.com.ar)
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Claudio Rissi, Mario Borges, Nicolás Furtado, Mauricio Kartun, Juan Ignacio Provéndola, Héctor Puyó¿Qué te parece esta nota?
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