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9 de febrero de 2024 | Pastillas de Colores

Un monstruo con agua salada

150 vueltas a Mar del Plata

Un paseo sobre el pasado y el presente de la ciudad balnearia que este 10 de febrero cumple medio siglo y medio desde su fundación.

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por:
Juan Provéndola

Mar del Plata es un monstruo con agua salada. Una megaurbanización que contiene playas, hoteles, puertos, barrios y periferias. Desde el Aquarium hasta la cárcel de Batán. Y una autovía, la querida Ruta 2, que lleva, trae y conecta con el AMBA. Arena y cemento hasta el último momento de una ciudad que recibe turistas desde el siglo XIX.

Tiene Mar del Plata una interesante tensión. Por un lado, es la autoproclamada Ciudad Feliz, recuerdo de la era dorada en la que se combinaba en verano el día con la noche. Pero, por el otro, remite a la playa que metaforiza justamente lo que queremos evitar de ella: el amontonamiento de gente en la arena. El nombre de la Bristol dio todo un vuelco en el imaginario popular: comenzó siendo el de un hotel gigante y coquetísimo de la primera mitad del siglo XX para acabar en el balneario más popular del centro, donde el mar barrena frente al pavimento.

La era del turismo multitudinario en MDQ se ordenó alrededor de un faro. Que no fue el de Punta Mogotes, al sur, sino la mole arquitectónica que componen el Hotel Provincial y el Casino con sus ramblones de baldosas. A sus espaldas, la Bristol y el mar, postal definitiva del turismo popular en Argentina. Y, de frente, el núcleo central histórico con la peatonal San Martín como eje vector. A partir de entonces, toda historia nació, se construyó o murió por ahí.

El marplatense, claro, tendrá una mirada distinta a la crónica del turista, completamente atravesada por sus subjetividades cotidianas. Estamos hablando del conglomerado urbano más habitado de Argentina tras el podio AMBA-Rosario-Córdoba: casi 600 mil personas patean diariamente una ciudad que va más allá del ocio recreativo.

Para el viajero, en cambio, el mapa es el que va trazando su propio GPS. Lugares que se buscan premeditadamente, otros que aparecen sobre la marcha y la invariable cuota de imprevisibilidad. Orden y aventura van construyendo el viaje entre el "como se quiere" y el "a como dé lugar".

Así, pueden aparecer playas cercanas, pero no tan estalladas, como Grande y Chica. Si no, el después en Mogotes. O el más allá de la 11 bordeando el mar camino a Chapadmalal. La oferta de bares y boliches se reparte más o menos en el mismo eje (centro - sur antes del puerto - después del faro), aunque suma lo que queda de la calle Alem y los que desde allí migraron al corredor sobre la playa antes de Escollera Norte, más el nodo de recitales entre Juan B. Justo y Constitución.

Todo hoy parece insuflar en el más allá de un centro que quedó como registro testimonial. La traza hasta parece dejarnos una metáfora: va desde la Basílica hasta el Casino, dos maneras de entender la fe. En el camino atravesamos la peatonal San Martín como un museo que nos lleva desde sus cuadras aspiracionales con confiterías legendarias hasta el cierre a todo ruido a partir del Shopping Peatonal, auténtico coloso frente a la porteña calle Avellaneda no sólo por oferta, precio y calidad, sino también por la posibilidad de probarse la pilcha (tomen nota).

Y por último, claro, la monumental Rambla Casino, tal su nombre. Ese mastodonte coronado con los dos edificios gemelos y un alrededor de baldosas y cemento que fue construyendo su propio ecosistema, casi marginal, entre ferias, vendedores ambulantes, policías, pungas, ludópatas, locales de empeño, buñuelos al paso y venta de viajes en barco por la costa.

El centro emana luces y ruidos desordenados. Los teatros de aquellas épocas, salas de fichines olvidadas y recuerdos por baratijas como los lobos marinos que cambian de color según el clima (y muchos tenemos). Y la rambla con todo su desorden, una especie de Plaza Constitución con vista al mar y la postal definitiva de la ciudad: los dos lobos marinos de piedra antes de pisar la arena.

Quizás sea cierto que existen tantas Mar del Plata como personas imaginándola. Pero hay un lugar que involucra como ninguno a todos los gustos: el puerto. Desde los lobos marinos reales para la foto hasta los miles de trabajadores que hombrean en los barcos y dársenas. Desde la banquina para picar alguna fritanga hasta el astillero donde se reparan las embarcaciones. Local y visitante en un lugar donde el mar sacude con agresividad y se hace oír hasta con la nariz: es de ahí que se insufla el olor a pescado que nos gusta a muchos y disgusta a otros.

El puerto es un punto de encuentro muy poderoso, aunque a la vez un límite: marca el "acá" y el "allá" como ningún otro hito marplatense. Hasta ahí, se mece la Mar del Plata convencional con sus distintas costaneras. Luego aparece el barrio del puerto como transición y después las playas rumbo a Mogotes y Chapadmalal.

Mar del Plata fue levantada sobre un cementerio de sí misma: decenas de lugares emblemáticos ya no existen. Muchos estaban en la zona del puerto, como la Manzana de los Circos, el Superdomo o la insólita cancha de Aldosivi dentro de una cantera, por nombrar algunos. El que aún sobrevive es el Jesús que no es Jesús y al que todos van a rezarle al final de la Escollera Sur. Los turistas, creyendo que es un Cristo Redentor de brazos abiertos como el de Río. Y los locales, especialmente laburantes del mar, quienes lo conocen mejor: es en verdad San Salvador, patrono de los pescadores y guía espiritual de una ciudad que acaba de cumplir medio siglo y medio de existencia. (www.REALPOLITIK.com.ar)


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Mar del Plata, Juan Provéndola

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