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4 de marzo de 2024 | Nacionales

Ley Mucci

La reforma sindical de Milei que terminó siendo un guiño a la militancia histórica de la UCR

En el mensaje de inauguración de las sesiones ordinarias, el presidente Javier Milei despabiló a propios y extraños y nuevamente provocó a los radicales, al anunciar una nueva versión de reforma sindical que parecía prácticamente copiada de aquella iniciativa que propuso su antecesor Raúl Alfonsín hace cuarenta años.

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Los límites al poder organizativo de los sindicatos que propuso Javier Milei parecen casi casi calcados de aquella famosa “ley Mucci”, en alusión al entonces ministro de Trabajo, Antonio Mucci, quien, en la era alfonsinista, quería recortar el poder a los gremios con drásticos cambios en sus estatutos, formas de elección de representantes, reconocimiento de minorías y demás cuestiones organizacionales.

Por aquél entonces, Raúl Alfonsín, quien había asumido su poder hacía pocos días, nombró a Mucci en la cartera de Trabajo, un área clave para poner algo de control ante el avance de un sindicalismo que se lucía como el brazo ejecutor de un peronismo en la oposición.

EPOCAS DE CONFRONTACIÓN

El contexto era por demás confrontativo. Por una parte, el entonces presidente venía de denunciar un pacto entre los militares de la dictadura y los popes sindicales para garantizar, por ejemplo, una amnistía que olvide la violación a los derechos humanos que dejó el saldo de 30 mil desaparecidos.

Entre los caciques sindicales se encontraba, entre otros, Lorenzo Miguel, poderoso representante de la Unión Obrera Metalúrgica y de la por entonces también poderosa agrupación de las 62 Organizaciones, donde se acuñaban todas las propuestas logísticas y doctrinarias del peronismo.

A sabiendas de los límites que podría imponer un sindicalismo peronista ansioso de revancha, Alfonsín eligió a un ministro que conocía y muy bien el terreno por su condición de militante sindical pero de férreo acento opositor a la liturgia justicialista. Mucci era un inquieto militante del Movimiento Nacional de Renovación Sindical (MoNARS), una suerte de brazo radical y progresista en ámbitos sindicales que luego compartió esa influencia con otro movimiento como la Organización de Trabajadores Radicales (OTR).

Mucci y el secretario del área, Roberto Bigatti, aprovecharon una circunstancia que no volvería a repetirse, porque estos cambios se insertaban en un proceso en el cual se debían normalizar las conducciones de sindicatos que, en muchos casos, venían de ser intervenidos por la dictadura o había prórrogas de mandatos.

En ese sentido, insertar una iniciativa de reforma de las pautas organizativas no debería percibirse como algo desubicado. No obstante, la dirigencia tradicional peronista lo percibió de entrada como un ataque a los sindicatos.

La ley Mucci movilizó muchas almas militantes radicales y generó optimismo con la media sanción obtenida en la Cámara de Diputados donde, como anécdota visual y simbólica quedó el ademán de “corte de manga” realizado por un joven legislador Federico Storani hacia la bancada peronista, que provocó un revuelo importante en ámbitos legislativos y políticos.

Pero el sueño de una renovación sindical feneció cuando, por diferencia de un voto, el Senado rechazó esa propuesta. Allí fue importante el virtual desempate en favor del peronismo que hizo el representante del Movimiento Popular Neuquino, Elías Sapag.

El 14 de marzo de 1984 caía ese sueño de un sindicalismo que pretendía el oficialismo radical de entonces y, por tanto, Alfonsín debió cambiar su estilo confrontativo por un plan B que tuvo por entonces a un joven abogado como Juan Manuel Casella, de estilo más dialoguista y negociador.

LA LUPA SOBRE STORANI Y CASELLA

El contexto referencial histórico está justificado porque cuarenta años después la lupa se dirige en forma inevitable hacia dirigentes que todavía mantienen cierto grado de protagonismo en ámbitos partidarios, sea como guardianes doctrinarios y como reserva de cierta impronta alfonsinista.

El presente de un gobierno libertario tiene hoy a dirigentes como Storani y Casella alejados de un mensaje y estilo libertario y anarcocapitalista, como es de esperar, pero en una relación especial con el peronismo que, actualizado, se presenta hoy como kirchnerismo.

Federico Storani fue en los últimos meses el principal impulsor de una actitud totalmente confrontativa e intransigente con el gobierno libertario de Javier Milei al que enfrentó aún desde antes de las elecciones, aunque eso le signifique ganarse la acusación de complicidad con el peronismo.

Su estilo provocó cierta confusión en las huestes radicales y le resultó siempre difícil de explicar su distancia de un gobierno no peronista y, a la vez, sumarse a iniciativas de rebeldía hacia la política del oficialismo recién asumido. Ni siquiera reparó mucho en diferenciarse del kircherismo y del sindicalismo y hasta marchó junto a la CGT el pasado 24 de enero.

En tanto, Juan Manuel Casella también reivindicó cierto discurso confrontativo respecto del gobierno nacional aunque prefirió hacerlo en dosis más homeopáticas y, por ejemplo, evitó pasar del discurso a los hechos, con acciones en territorio o ser protagonista en medidas de protesta.

Ambos tienen, por cierto, una dimensión importante de capital simbólico y de trayectoria para significar la postura de un radicalismo histórico pero lo cierto es que salvo algunas representaciones en convenciones partidarias, dejaron hace rato de tener un peso efectivo en lugares claves de decisión.

Ambos son ahora observados no sólo por el periodismo y su necesidad de contextualizar propuestas que tuvieron su origen en los albores de la democracia, sino por su empiria y conocimiento del terreno sindical, aunque sea desde la óptica de quienes estuvieron en la cocina de aquella propuesta que feneció antes de nacer.

Los tiempos son otros y cambiaron las condiciones históricas y materiales de producción simbólica, pero eso no quita las mañas y la sabiduría a quienes, con su experiencia de mil batallas, pueden ser hoy por hoy importantes consultores. Por eso no sería sorpresivo que sean convocados a ámbitos de discusión en importantes niveles y ámbitos partidarios. Eso sí, los tiempos también cambiaron cierta sensación y postura en ambos dirigentes y habrá que ver si opinan favorablemente sobre la oportunidad de apoyar una reforma sindical ambiciosa que, por otra parte, promovería una grieta importante en la masa crítica de rebeldía opositora a la cual ellos adscriben.

No obstante, y como mínimo, podrán aportar con cierta dosis de objetividad, el relato que permita reconstruir con los mayores detalles posibles aquella historia que fue importante para la experiencia del primero gobierno tras el retorno democrático. (www.REALPOLITIK.com.ar)


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