Provincia
Entre 1760 y 1840
La permanencia de los antiguos protagonistas en la Revolución Industrial
Queda claro que quienes engendraron la mayor cantidad de riqueza en Inglaterra fueron los trabajadores, expropiados por los burgueses durante la Revolución Industrial. No obstante, dichas riquezas continuaban, en general, en manos de la aristocracia. Esto parecería un contrasentido, pero se torna comprensible al reflexionar más en detalle.
En primer lugar, la aristocracia disponía de grandes propiedades que arrendaba para que fueran explotadas por empresarios capitalistas; y, en segundo lugar, la aristocracia contaba con un elemento central: el control sobre el gobierno, el monopolio de la Cámara de los Lores y una presencia muy significativa en la Cámara de los Comunes. Quien controlaba el gobierno podía imponer el nivel de los impuestos y su distribución entre los diversos grupos sociales, podía propiciar la concentración o división de las propiedades, el nivel de tarifas arancelarias, el monopolio de la violencia, etc. También podía ordenar la enajenación de los hijos de los pobres o disponer que los adultos que no tuvieran trabajo debían ser llevados a prisión o eran transferidos a las iglesias encargadas de ubicar a estos individuos en nuevas labores. Asimismo, la cercanía con los ámbitos de decisión permitía obtener los mejores contratos con el gobierno y préstamos a bajo interés. Además, la totalidad de los cuadros superiores del ejército y la marina y toda la diplomacia inglesa provenían de la aristocracia. Ésta, si bien ya no era el grupo social que lideraba el progreso económico, todavía era capaz de establecer en gran medida las reglas de juego prevalecientes en la sociedad.
Frente a esta situación, la gran burguesía no propició una ampliación general del sufragio, sino tan sólo su propia inclusión en las filas de la aristocracia, para que así siguieran siendo pocos los que pudieran repartirse los beneficios de controlar las instituciones del estado. Obviamente, para la mediana y la pequeña burguesía esa actitud de la gran burguesía representaba una nueva clausura a los resortes del poder político. Bajo estas condiciones, la pequeña y mediana burguesía no pudo controlar el nivel de impuestos y de arancelamientos que se fijaban sobre su actividad, los cuales eran significativamente altos.
Un ejemplo ilustrativo del dominio que siguió ejerciendo la aristocracia fue el período histórico que comienza con la victoria sobre Napoleón. La misma permitió confirmar la hegemonía marítima inglesa a escala mundial. En efecto, tras la derrota de su principal adversario, Francia, nada parecía oponerse a la obtención de un rédito económico contundente a escala internacional. La Revolución Industrial experimentada por Inglaterra a partir de la segunda mitad del siglo XVIII permitía disponer de un amplio stock de productos de consumo generalizado –básicamente textiles, carbón y hierro– a precios sumamente competitivos, que se complementaban con una variada gama de mercaderías provenientes de otras regiones del planisferio, obtenidas mediante el comercio, el pillaje y la intervención de la poderosa flota inglesa.
En contradicción con tan optimistas expectativas, el fin de la guerra trajo consigo un conjunto de serias dificultades para la economía inglesa. En efecto, si bien los nuevos métodos aplicados a la agricultura y a la ganadería garantizaban su alta calidad –rotación de cultivo, utilización de modernos implementos de labranza, cercado, engorde rápido para el ganado, etc.–, sólo resultaban sostenibles en épocas de guerra. El mercado inglés había experimentado una protección excepcional durante el conflicto bélico, ya que la producción continental había caído notablemente, debido a la destrucción de los sembradíos y la disminución de la mano de obra masculina aplicada a la agricultura, que era destinada al frente de batalla. Poco después de la finalización de la lucha, el restablecimiento de la libertad de comercio provocó una caída en los precios de los cereales. En ese contexto, los grandes productores, todos aristócratas, reaccionaron rápidamente, obteniendo del gobierno la fijación de medidas de protección, denominadas corn-laws (leyes de granos o cereales), que les aseguraban, dentro del mercado interno inglés, un precio similar al imperante durante el conflicto, mediante la manipulación de los aranceles aduaneros.
En tanto, las nuevas industrias debían soportar una grave crisis, ya que la colocación de los productos ingleses en el continente se vio dificultada por la adopción de medidas proteccionistas, en defensa de las industrias locales. En el terreno de la metalurgia, al boom experimentado durante la guerra le sucedió una etapa de caída de la inversión, acompañada del abandono o la destrucción de fábricas ante la contracción de la demanda. Mientras tanto, el mercado de trabajo sufría una evidente saturación, como consecuencia del regreso de 150.000 combatientes y el incremento de la inmigración irlandesa, llevando los salarios a la baja.
Tampoco el estado escapaba a las dificultades, ya que Inglaterra había soportado todo el peso de la guerra, contrayendo una enorme deuda pública. La necesidad de aumentar la recaudación para hacer frente a esas obligaciones fue resuelta a través de la aplicación de mayores impuestos indirectos sobre productos de consumo popular, en especial a los cereales importados, la cerveza y el tabaco, que motivaron los reclamos de industriales y comerciantes por sus efectos sobre los salarios y la capacidad de compra de la población. La desocupación y el hambre azotaron a las clases trabajadoras inglesas, sumados al hacinamiento provocado por la concentración de masas en ciudades. Sin embargo, no eran los obreros los únicos descontentos con esta situación. Entre los años 1816 y 1819, a poco de sancionadas las leyes de cereales, algunos círculos de patronos afectados por la disminución de la demanda y la necesidad de aumentar los salarios de verdadera subsistencia que recibían sus trabajadores, encabezaron una campaña por su supresión. La misma estuvo acompañada por reclamos en el orden de lo político, exigiendo una reforma parlamentaria y la sanción del sufragio universal. Buscaban de ese modo integrar a los sectores medios a las instituciones legislativas. Esa vinculación entre demandas de tipo económico y político no era caprichosa, ya que la sanción de las corn-laws –exigida por los terratenientes– había explicitado a las claras la estrecha vinculación que existía entre ambas en la Inglaterra de la época.
Aun cuando los reclamos formulados culminaron en una nueva oleada represiva, la tendencia a integrar reclamos de tipo económico y político no desaparecería de la vida pública inglesa. En efecto, algunos años después, las trade unions, asociaciones de trabajadores de elite que existía pese a la prohibición legal que pesaba sobre ese tipo de agrupamientos, conseguiría obtener algunos logros en sus reclamos sobre las condiciones de trabajo –prohibición del trabajo textil nocturno, limitación a 8 horas del horario de trabajo para menores de 13 años y de 12 horas para los menores de 18, etc.–. Sin embargo, sus demandas políticas fueron descartadas.
La grave situación interna inglesa comenzaría a resolverse a partir de mediados de la década de 1820, gracias a la expansión de las exportaciones a los países no industrializados, alcanzando niveles inimaginables en la década siguiente debido al surgimiento de la industria del ferrocarril, que trajo consigo una sustantiva inyección de capitales de las clases altas y medias inglesas. La nueva industria permitió generar una comunidad de intereses entre los sectores propietarios y financieros, gracias a los beneficios obtenidos de su participación en la nueva empresa. En este nuevo contexto las leyes de cereales fueron perdiendo sentido, pues encarecían innecesariamente el costo del trabajo incluso en aquellas ramas de la industria –como en el caso del ferrocarril– donde los terratenientes habían realizado inversiones cuantiosas. De este modo, a partir de los primeros años de la década de 1830, las corn-laws fueron cayendo una a una hasta su desaparición definitiva, en la década del 40. Desde ese momento, el librecambio quedaba sancionado.
Simultáneamente, se abrió el camino para el primer decreto de ampliación del sufragio que permitió a la mayoría de la mediana burguesía y a parte de la pequeña burguesía acceder al sufragio. Esto fue posible porque ya, para esa época, las relaciones entre la aristocracia y la burguesía habían cambiado bastante. A partir de ese momento, la aristocracia pasó a tener un carácter crecientemente burgués haciendo sus cálculos de ganancias y de utilidades. La aristocracia fue invirtiendo cada vez más en empresas y en el mundo de las finanzas, fundamentalmente, en ferrocarriles.
Las expectativas que alentaba el ferrocarril eran fabulosas, porque permitía articular una serie de industrias que garantizaban prácticamente la plena ocupación en toda Inglaterra. Y, además, se suponía que era una industria que no tenía ningún tipo de límite ni barrera en todo el mundo. Los ferrocarriles funcionaban con carbón; y el 95% de este insumo que se producía en el mundo se localizaba en Inglaterra. Los ferrocarriles precisaban árboles para hacer los durmientes, los cuales eran extraídos de los bosques ingleses, generando más fuentes de trabajo. Además, la mayor parte de las minas y los bosques eran propiedad de la aristocracia. Como si esto fuera poco, el hierro con el que se construían las locomotoras y las vías también se producía en las minas inglesas, que eran propiedad de los nobles terratenientes ingleses. Sumado a esto, Inglaterra era la única potencia que en ese momento tenía la capacidad para producir ferrocarriles y a la vez, exportar esa industria por todo el mundo. Por lo tanto, la aristocracia rápidamente tomó esta opción que le redituaba fabulosas ganancias por todas partes. (www.REALPOLITIK.com.ar)
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Revolución Industrial, Alberto Lettieri, Inglaterra, Francia, Napoléon Bonaparte¿Qué te parece esta nota?
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