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1 de Mayo
Los orígenes del sindicalismo en la Argentina
El nacimiento del sindicalismo en la Argentina fue la consecuencia natural del proceso de modernización que impulsó la oligarquía argentina tras la batalla de Caseros.
En el marco de un proceso acelerado de recambio poblacional, propiciado por el fomento de la inmigración, resultó natural que las primeras experiencias sindicales fueran impulsadas por extranjeros con alto nivel de alfabetización, para luego ir expandiéndose, en las décadas siguientes, hacia el resto de las actividades económicas.
Si bien la constitución nacional de 1853 reconoció el derecho a la libre asociación, los primeros intentos de organización sindical se desarrollaron en la clandestinidad, hasta que finalmente, en 1857, se creó la primera organización obrera: la Sociedad Tipográfica Bonaerense, un espacio de ayuda mutua para auxiliar a sus integrantes en caso de enfermedad. Debieron pasar más de veinte años para que, en 1878, se convirtiera en un verdadero sindicato, bajo el nombre de Unión Tipográfica. En 1879 realizó su primera huelga, que consiguió la reducción de la jornada laboral a doce horas, la prohibición del trabajo de los menores de doce años y un aumento de sueldos.
Dos años después nacerían dos nuevas agrupaciones gremiales: la Unión de Obreros Panaderos y la Sociedad de Obreros Molineros. En 1882 se sumó la Unión Oficiales Yeseros. Ese mismo año, socialistas de origen alemán fundaron en Buenos Aires el Club Vorwärts, más ambicioso que sus predecesores, ya que promovió la realización de reuniones, conferencias y congresos, apuntando a la formación e interacción sindical y política de los trabajadores.
El sindicalismo experimentó por entonces un proceso de florecimiento, en consonancia con la transformación económica de la Argentina, que empezaba a presentar niveles de producción y de exportación cada vez más relevantes en el plano internacional. En 1883 se creó la Sociedad de Obreros Tapiceros y la de Mayorales y Cocheros Tranways, y en 1887, nació el mítico Sindicato La Fraternidad, que agrupó a los maquinistas y fogoneros de los ferrocarriles.
Sin embargo, las disidencias ideológicas entre anarquistas, socialistas y sindicalistas impedían todavía la creación de una central sindical que los agrupara para así potenciar el éxito de sus acciones y reclamos. Por el lado del socialismo, en 1890 se articuló la Federación Obrera Argentina (FOA), mientras que, simultáneamente, anarquistas y socialistas conseguían superar sus disidencias para dar vida a la Unión General de Trabajadores (UGT). La convivencia fue conflictiva, y en 1901 los sectores anarquistas de tendencias más confrontativas y revolucionarias fundaron la Federación Obrera Regional Argentina (FORA).
Más allá de los intentos de organización de una central sindical, no había conseguido instalarse la conciencia de la importancia de la unidad, por lo que las acciones compartidas entre diversos sindicatos se limitaron a instancias de reclamos específicos, tras lo cual se retornaba a la disgregación.
Sin embargo, la acción sindical se multiplicaba, muchas veces adquiriendo perfiles de violencia que fueron contestados por un incremento de la acción represiva y normativa del Estado. Como consecuencia de las huelgas llamadas “salvajes” por las patronales, en 1902 y 1904 se dictó la ley de Residencia (4.144), que habilitaba a extraditar a sus países de origen a los extranjeros que realizaran actividades sindicales o políticas. En simultáneo, en 1904, el diputado socialista Alfredo Palacios presentó una serie de proyectos de ley favorables a los obreros en el Congreso Nacional, aunque sin mayor éxito.
Pero la violencia social se incrementaba como consecuencia de la drástica concentración del ingreso que impulsaba la clase propietaria y las pésimas condiciones de vida y bajísimos niveles salariales de los trabajadores, a lo que se sumaba una crítica precariedad laboral. El 1 de mayo de 1909 tuvo lugar la confrontación más sangrienta registrada hasta entonces por razones sindicales, produciéndose un choque entre los trabajadores y las fuerzas policiales en la plaza Lorea, que terminó con ocho muertos y cinco heridos.
El impacto que provocó ese choque se tradujo en una mayor convicción sobre la importancia de la unidad, y entre 1912 y 1914 se dieron avances importantes entre la FORA y la Confederación Regional Argentina.
El triunfo de la revolución rusa, a fines de 1917, alimentó la convicción entre los trabajadores de que se había iniciado un viento de cola a nivel internacional en beneficio de las clases subalternas, por lo que los reclamos sindicales se redoblaron y adquirieron una matriz más violenta, de la mano del anarquismo. Sin embargo, las patronales no estaban dispuestas a ceder ni un palmo, y el 7 de enero de 1919, en los talleres Vasena, del barrio de Pompeya, la huelga declarada motivó una feroz e inédita represión que quedó instalada en la memoria popular como “La Semana Trágica”.
Ese mismo año se creó la Organización Internacional del Trabajo (OIT), y el presidente Hipólito Yrigoyen designó como representante argentino a un miembro de La Fraternidad, sindicato que mantenía vínculos más amigables con el gobierno que los de confrontación sistemática que desarrollaba la FORA anarquista.
La interacción de Yrigoyen con el sindicalismo fue compleja, ya que mientras mantenía relaciones cordiales con sindicalistas y socialistas, la confrontación violenta y la represión fueron las características de su vínculo con el anarquismo. A inicios de los años 20, el sur de nuestro país fue el escenario de una brutal represión a manos de fuerzas regulares y grupos parapoliciales organizados por los terratenientes, que terminó en el baño de sangre anarquista conocido como “La Patagonia Trágica”.
El duro impacto sufrido por el anarquismo en las represiones de los Talleres Vasena y la Patagonia limitaron su capacidad operativa y su base social. De este modo, hacia 1922 la relación con los sindicatos dialoguistas se fortaleció. En 1924, bajo la presidencia de Marcelo T. de Alvear, la asociación obrera Unión Ferroviaria obtuvo la personería gremial, iniciándose así el camino de la legalización sindical definitiva, aunque no existía todavía un corpus de derecho sindical.
Pero el primer paso ya estaba dado, y en 1926, La Fraternidad junto a la Unión Ferroviaria formaron la Confederación Obrera Argentina (COA). La crisis de 1929 y la consiguiente Gran Depresión permitieron modelar una nueva conciencia sindical, que privilegiaba los reclamos de los trabajadores antes que las definiciones ideológicas. Para las posiciones radicalizadas la situación solo continuó deteriorándose, a tal punto que, tras el golpe de Estado de 1930, el gobierno autocrático declaró la ilegalidad de la FORA anarquista e incrementó la persecución de la dirigencia más combativa.
Para adaptarse a la compleja coyuntura imperante como consecuencia de la depresión internacional y el reavivamiento de la acción represiva del estado nacional, el 27 de septiembre de 1930 tuvo lugar el nacimiento de una organización sindical fuerte y única, la Confederación General del Trabajo (CGT), surgida de un plenario conjunto de la Unión Sindical Argentina y la Confederación Obrera Argentina.
A diferencia de la mayoría de las experiencias anteriores, la CGT se declaró apartidaria y alejada de toda ideología, y sus sindicatos representaban por entonces a alrededor de 200 mil obreros de distintas ramas de actividad (ferroviarios, transportistas, estibadores, obreros industriales, marítimos, etcétera). En 1936, varios años después, sus estatutos fueron aprobados de manera definitiva.
Sin embargo, no faltaron los colapsos internos en los orígenes de esta iniciativa, que finalmente consiguió sobreponerse para llegar hasta nuestros días. En 1935, varios gremios que la integraban (la Unión Ferroviaria, la Confederación de Empleados de Comercio, la Unión Tranviarios, la Asociación de Trabajadores del Estado y La Fraternidad) confrontaron con el Comité Confederal de la CGT por no haber convocado al congreso para designar nuevas autoridades y decidieron escindirse para crear la CGT de la calle Catamarca, inaugurando así una lógica de divisiones y reunificaciones que se repetirían en las décadas siguientes.
En 1943, la revolución del GOU disolvió a la GCT rebelde y allanó de esta manera el camino de la unidad. Terminaba así la “prehistoria” del movimiento obrero argentino, ya que con la llegada del peronismo al gobierno experimentaría un salto cualitativo y cuantitativo inédito y se convertiría en referencia en el plano internacional. (www.REALPOLITIK.com.ar)
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