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Segunda entrega de esta saga de crónicas a pedal con uno de los recorridos favoritos de los ciclistas en Argentina: los 107 kilómetros por la Ruta 40 desde la salida del Nahuel Huapi hasta el Lacar.
Muchos ciclistas urbanos con deseos de expandirse más allá de las bicisendas eligen la Patagonia como primer destino para trazar esta clase de travesías que combinan cierta disciplina física con la contemplación de paisajes ajenos a la vida citadina.
Y el Camino de los Siete Lagos se impone como el circuito más recurrido: la facilidad de la Ruta 40 asfaltada, una extensión "amigable" (poco más de 100 kilómetros), la vista que ofrece su geografía lacustre y montañosa y el aire puro de toda la región son algunos de los motivos que empujan a centenares de ciclistas a encarar la aventura.
El extremo sur del periplo lo marca Villa La Angostura, punto de salida más recurrente para, desde allí, trepar al norte hasta San Martín de los Andes. Antes que partir, hay que tener en cuenta consideraciones ineludibles para este viaje. Indispensable estar munido de las provisiones necesarias para reponer hidratos y nutrientes. Una clave son las frutas secas, aunque también se recomienda llevar bebidas isotónicas o, en su defecto, agua mineral.
Otro detalle sustantivo es el estado mecánico de la bicicleta. Frenos, neumáticos, amortiguaciones y engranajes deben ser chequeados por un especialista antes de partir. Fundamental: llevar kits de emparche, cámaras y cadenas de repuesto, además de herramientas que puedan servir para hacer los ajustes y reposiciones que el camino demanden.
Aunque arrancar de La Angostura implica estar en contacto con el Nahuel Huapi, este no es técnicamente parte del Camino de los Siete Lagos, ya que el mismo inicia a la salida del pueblo turístico, puntualmente cuando la ruta 40 se cruza con la 231 que conduce al Paso Internacional Cardenal Samoré.
Los lagos se suceden uno detrás del otro al costado de esa ruta emblemática, con sus espejos de agua, sus cumbres boscosas y sus paisajes alucinantes. Los primeros que se vislumbran son el Espejo y el Correntoso.
Después de eso hay que recorrer unos 30 kilómetros para los siguientes: el Escondido, con bosques de coihues como marco de sus aguas verdes, y dos que están unidos por un arroyo, aunque a la vez separados por un istmo. Se tratan del Villarino y el Falkner. Aunque ambos tienen campings, el preferido por los mochileros es aquel que lleva el nombre del cura inglés que recorrió la zona en el siglo XVIII y la describió con precisión de geólogo y letra de historiador.
Para ese entonces ya habremos recorrido la mitad del camino. Lo que sigue es el Machónico, quien preludia la llegada a San Martín de los Andes con sus azules intensos. Si bien la ruta está completamente asfaltada, la misma es de mano simple, lo cual obliga a atender el tránsito marcado por autos, micros y camiones. Además vale recordar no solo la sinuosidad de varios tramos, sino también las prolongadas pendientes que provoca el entorno cordillerano.
Cuando el odómetro está por marcar los 100 kilómetros recorridos, se abre un cierre épico. Pura bajada por la Ruta 40 en entrada triunfal a San Martín con el Lacar explotando de tonos, gente y barquitos. Es probable que en ese momento un extraño ruido brote de entre nuestras pertenencias: es el teléfono celular avisándonos que acaba de recuperar señal. (www.REALPOLITIK.com.ar)
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