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La situación interna argentina en la previa de la Guerra de la Triple Alianza
Las causas de la Guerra de la Triple Alianza se remontan a la Confederación Argentina, liderada por Urquiza, en la década de 1850. Por entonces, el ministro de Relaciones Exteriores argentino, Vicente Fidel López, vigilaba con preocupación el proceso de crecimiento económico y de avance del Paraguay sobre la frontera agrícola del Chaco argentino.
Tanto Urquiza como la dirigencia liberal porteña, pese a que en ese momento Buenos Aires se había escindido del resto del país, compartía con el Imperio del Brasil el proyecto de invadir al Paraguay y repartirse sus fragmentos, con el apoyo entusiasta del Imperio Británico, tal como se advierte en el texto del Protocolo firmado entra la Confederación Argentina y el Imperio del Brasil en 1857. Urquiza se encontraba en una conflictiva situación interna con Buenos Aires, por esa razón se limitaría a dejar pasar a las tropas brasileñas hacia territorio guaraní, sin participar activamente de la guerra, en un primer momento. Sin embargo, los problemas internos argentinos aconsejaron postergar provisoriamente, por algún tiempo, el proyecto de invasión al Paraguay hasta que el estado nacional alcanzara cierto grado mínimo de consolidación.
La agitada política argentina se caracterizó siempre por la labilidad de las alianzas y los programas políticos. En este caso no habría excepción. Pese a haber sellado el Protocolo con Brasil para invadir y saquear al Paraguay, el deterioro de su autoridad política a nivel interno llevó a Urquiza a viajar a Asunción para tratar de llegar a un entendimiento con Carlos Antonio López, con el propósito de unir fuerzas para confrontar con Buenos Aires. La postura de Urquiza se basaba en el convencimiento de que las políticas porteñas afectaban por igual al litoral argentino y al Paraguay, al impedir su crecimiento económico efectivo. Si bien hubo un principio de acuerdo, no alcanzó para impulsar una empresa bélica conjunta.
Una vez concluido el mandato presidencial de Urquiza, la batalla de Pavón (1861) restituyó a Buenos Aires su liderazgo efectivo sobre el territorio argentino, y colocó a su gobernador, Bartolomé Mitre, a la cabeza del proyecto de construcción del estado nacional. En una nueva voltereta política, Urquiza negoció con Mitre su continuidad como gobernador y la inviolabilidad de sus bienes personales y de su provincia, a cambio de oficiar como testigo mudo de la política de exterminio de los miembros del Partido Federal, a lo largo del país, implementada por Mitre, Sarmiento y sus adláteres.
Con la complicidad prescindente de Urquiza, la oligarquía liberal porteña negoció su alianza con Brasil, sobre la base del Protocolo que, apenas unos años atrás, había acordado el gobierno del entrerriano que establecía: exterminar al Paraguay y apoderarse de sus territorios más ricos. La carta del caudillo riojano, General Ángel Chacho Peñaloza, al presidente Mitre, fechada el 16 de abril de 1863, expresando la indignación de un federal “que no había resignado sus banderas ni su dignidad”, llegaba a todos los rincones de la Patria, cuando Urquiza, bajo las órdenes de Mitre, liberó el paso para que las tropas brasileras entraran en el Litoral.
“Después de la guerra exterminadora por la que ha pasado el país, han esperado los pueblos argentinos una nueva era de ventura y progreso. Pero… muy lejos de ver cumplidas sus esperanzas, han tenido que tocar el más amargo desengaño, al ver la conducta arbitraria de sus gobernantes, al ver despedazadas sus leyes y atropelladas sus propiedades y sin garantías para sus mismas vidas. Los gobernadores de estos pueblos, convertidos en otros tantos verdugos de las provincias, cuya suerte les ha sido confiada, atropellan las propiedades de los vecinos, destierran y mandan matar sin forma de juicio a ciudadanos respetables por haber pertenecido al Partido Federal y sin averiguar siquiera su conducta como partidarios de esta causa.”, comunicaba el caudillo riojano “Chacho” Peñaloza al presidente Mitre, en carta del 16 de abril de 1863.
El 12 de noviembre de 1863, el Chacho Peñaloza fue asesinado por decisión de Sarmiento y del Coronel Pablo Irrazábal, y el Interior se rebelaba en masa, de manera inorgánica y casi suicida, frente a la repudiada guerra contra una nación hermana. Para 1865, las sublevaciones se multiplicaban a lo largo del país. El pueblo de la Argentina profunda se negaba a sacrificar su vida en pos del proyecto hegemónico impuesto por su verdadero enemigo: el liberalismo oligárquico porteño. La sangrienta represión y los métodos aplicados demuestran a las claras como el Terrorismo de Estado se instaló en la Argentina en fecha muy temprana, de la mano de quienes, como Mitre o Sarmiento, pretendían publicitar la causa de la “civilización”.
La catástrofe se cernía sobre América del Sur. El estado nacional, expresando los intereses del liberalismo porteño, arremetía con furia y cubría de sangre criolla todo el territorio de la Patria. Desde las tinieblas, Inglaterra alimentaba sus arcas a medida que la deuda crecía, y su injerencia en la región se volvía cada vez más determinante. Urquiza ya no era el promotor de una alianza con el Paraguay, sino el comerciante dispuesto a enriquecerse aún más, gracias a su designación como proveedor de las tropas aliadas, acordada con el propio Mitre, quien retenía, a través de sus testaferros, la otra mitad del suculento negocio. En este marco, el imperio del Brasil se disponía a incrementar sus dominios, apelando a un ejército de esclavos y marginados que entregaban la vida por una causa ajena. Mientras tanto, el Paraguay se aprestaba a afrontar una catástrofe humanitaria y económica, moneda, por desgracia, demasiado corriente en estas tierras americanas, bajo el imperio del liberalismo colonialista.
Fiel a su característica, ese liberalismo colonialista recurría a insostenibles argumentos morales y proyectos “civilizatorios” para rechazar toda responsabilidad en la catástrofe. En vano, Mitre afirmaba que el Paraguay era el responsable de la invasión a Corrientes, ocultando que fue él quien forzó la declaración de guerra de Solano López. La Cámara de Diputados de la Nación Argentina daba cuenta, el 9 de mayo de 1865, de la ocupación de Corrientes, denunciando que el gobernante paraguayo “ha invadido con su ejército a la provincia de Corrientes, ocupando su capital y una parte de su territorio. Que ha incitado a la rebelión contra las autoridades constituidas y la guerra civil a los habitantes de la República. Que está practicando los atentados más injustificables contra la propiedad y las personas existentes en el territorio que ocupa”, comunicaba el presidente Bartolomé Mitre a Cámara de Diputados de la Nación, en 1865.
Aunque quedaba claro que la ocupación de la provincia de Corrientes había sido inducida por el gobierno nacional, al retacearle a Solano López el permiso para que sus tropas atravesaran el territorio argentino, para acudir en auxilio de sus aliados uruguayos, algo que sí se le había permitido al Imperio Brasileño poco tiempo antes, esta invasión fue el argumento que se esgrimió y que se consideró más que válido para el ingreso formal de la Argentina en la guerra. Pero la guerra era demasiado tentadora, no sólo para fortalecer la alianza con Gran Bretaña e incrementar el territorio nacional, a costa de un pueblo hermano, sino que también proveía de una pantalla inmejorable para completar el genocidio de los miembros del Partido Federal, iniciado en 1861, con la aprobación de Urquiza, tanto por medio de una acción directa como a través de las levas forzadas para llevar hombres a la verdadera carnicería en que se había convertido el frente paraguayo.
Según ha demostrado el historiador argentino León Pómer, la Guerra de la Triple Alianza constituyó un escenario excepcional para el disciplinamiento y el exterminio de la población mestiza de esta parte de América. Una “guerra injusta”, según Juan Bautista Alberdi. Una guerra en beneficio de los intereses británicos, que exigían la apertura del mercado paraguayo a sus productos y la liquidación del proceso de modernización que allí venía desarrollándose.
Un editorial del diario La Nación Argentina, publicado a inicios de la guerra, el 3 de febrero de 1865, lo explicaba con toda crudeza: “La República Argentina está en el Imprescindible deber de formar alianza con Brasil, a fin de derrocar esa abominable dictadura de López y abrir al comercio del mundo esa esplendida y magnífica región que posee, además, los más variados y preciosos productos de los trópicos y ríos navegables para exportarlos”.
Mientras desde Buenos Aires la guerra era vista como una oportunidad inmejorable para la consolidación del naciente estado nacional, el interior trató de rebelarse para evitar el éxito del proyecto de “disciplinamiento” impulsado desde el puerto. En tanto Mitre nombraba a Urquiza, jefe del Ejército de Vanguardia, y lo premiaba económicamente, al designarlo como proveedor de las fuerzas aliadas, sus antiguos lugartenientes y camaradas del bando federal no dudaban en expresar su disconformidad tomando distancia del caudillo. La masacre de Paysandú, donde más de 15.000 brasileños y uruguayos exterminaron a poco más de 1.000 paraguayos, entre los meses de diciembre de 1864 y enero de 1865, aún estaba fresca, cuando a mediados de 1865, Urquiza decidió reclutar 8.000 hombres para ponerlos al servicio del estado nacional, liderado por Bartolomé Mitre, su tradicional adversario. Esto generó un repudio generalizado y la rebelión no tardó en producirse. En el Arroyo Basualdo, límite entre Entre Ríos y Corrientes, el 3 de julio de 1865 las tropas entrerrianas, a las órdenes de Ricardo López Jordán y Sinforoso Cáceres, protagonizaron una fabulosa deserción, en repudio a la política del estado nacional. Dos días después, el 5 de julio, López Jordán le envió una carta a Urquiza, reclamándole que abandonara su alianza con el mitrismo.
“Usted nos llama para combatir al Paraguay. Nunca general; ese es nuestro amigo. Llámenos para pelear a porteños y brasileños. Estamos prontos. Esos son nuestros enemigos. Oímos todavía los cañones de Paysandú. Estoy seguro del verdadero sentimiento del pueblo entrerriano [...] que la gente se reunirá donde V. E. ordene, pero no quieren ir para arriba.”, precisaba en carta a Urquiza, Ricardo López Jordan, en 1865.
Por entonces, en Buenos Aires se exigía, sin éxito, el ajusticiamiento de López Jordán y los sublevados. Uno de los hijos de Urquiza, Justo Carmelo, aconsejaba a su padre desmovilizar las tropas, ya “que si los hacen marchar se sublevarán las divisiones... y poniendo al frente a Ricardo López Jordán marcharán a favor del ejército paraguayo en contra de los aliados”. Sin embargo, Urquiza mantuvo, impertérrito, su alianza con Mitre. Poderosas razones económicas, como se ha señalado, pesaron mucho más que su fervor federal.
En diversos puntos del territorio nacional la situación se reprodujo, motivando una sangrienta represión por parte del gobierno de Bartolomé Mitre. Por las provincias de Cuyo y el NOA, la exigencia de Sarmiento, de sacrificar a los pueblos mestizos de América, para “civilizar” al país en clave afrancesada, inspiraba una fabulosa carnicería humana.
“Tengo odio a la barbarie popular... –afirmaba el sanjuanino– La chusma y el pueblo gaucho nos es hostil... Mientras haya un chiripá no habrá ciudadanos, ¿son acaso las masas la única fuente de poder y legitimidad? El poncho, el chiripá y el rancho son de origen salvaje y forman una división entre la ciudad culta y el pueblo, haciendo que los cristianos se degraden... Usted tendrá la gloria de establecer en toda la República el poder de la clase culta aniquilando el levantamiento de las masas.”, sostenía por entonces Sarmiento, reafirmando su proyecto genocida sobre las clases subalternas de nuestro país.
Así las cosas, la catástrofe sudamericana había iniciado su marcha. (www.REALPOLITIK.com.ar)
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Paraguay, Brasil, Imperio Británico, Domingo Faustino Sarmiento, Uruguay, Bartolomé Mitre, Asunción, Justo José de Urquiza, Ricardo López Jordán, Chacho Peñaloza, Juan Bautista Alberdi, Solano López, Guerra de la Triple Alianza, Justo Carmelo, Sinforoso Cáceres, León Pómer, Pablo Irrazábal, Carlos Antonio López¿Qué te parece esta nota?
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