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26 de septiembre de 2024 | Historia

(1864-1870)

El fin de la participación de la Argentina en la Guerra de la Triple Alianza

Tras la Batalla de Curupayty, en septiembre de 1866, las acciones bélicas estuvieron paralizadas durante casi un año. Recién se reiniciarían en el mes de julio de 1867 aunque sin que se hayan registrado combates de importancia a lo largo de casi un año, hasta el mes de julio de 1868.

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por:
Alberto Lettieri

Pese a ello, durante los primeros meses de 1868, se registraron algunos cambios que, a la postre, resultarían decisivos en el desenlace del conflicto. El cañoneo permanente de los buques brasileños sobre la localidad paraguaya de Humaitá, y el aumento en el nivel de las aguas del Río Paraná, terminaron inutilizando las cadenas que cruzaban el río, que impedían el avance de la flota brasileña. Por su parte, el gobierno brasileño había incrementado significativamente su escuadra durante los meses de obligada calma que siguieron a Curupayty.

Otra novedad, que no sería menor, fue el fallecimiento del vicepresidente argentino, Marcos Paz, que obligó a Mitre a retornar a Buenos Aires para reasumir el Poder Ejecutivo, dejando la conducción de las fuerzas aliadas a cargo del Marqués de Caixas, quien ya no tuvo que soportar la reconocida impericia militar del mandatario argentino, acelerándose así de manera llamativa el desenlace del conflicto.

La ruptura de las cadenas, que impedían el avance de la escuadra brasileña por delante del fuerte de Humaitá, modificó decisivamente el curso de la guerra. El 22 de febrero de 1868, Asunción fue bombardeada, y debió ser evacuada inmediatamente. Liberado el tránsito por el río, Curupayty perdió su importancia estratégica, y fue abandonada. La fortaleza de Humaitá, después de una heroica resistencia, fue evacuada el 24 de julio de 1868. De sus 3.000 defensores originales, sólo unos 1.000 consiguieron reunirse con otras fuerzas paraguayas en el interior del Chaco. Del resto, 1.300 fueron tomados prisioneros, y 700 murieron.

A partir de entonces, se incrementó la carnicería en combates que ya no tenían razón de ser. En vano el senador santafesino Nicasio Oroño auspiciaba la firma de una paz digna con un Paraguay ya derrotado, afirmando que: Cuando los pueblos caen en estas situaciones desgraciadas es deber de los hombres liberales, que alimentan las ideas de la verdadera democracia, el llevar su apoyo a los hermanos que sufren, llevarles la savia de la civilización, no con las armas en la mano, sino abriéndoles el camino para que puedan unirse a las filas de los que llevan la libertad. 

La negativa terminante del estado nacional se expresó a través del señor Elías, quien sostuvo que: Una paz solicitada por nosotros y alcanzada con mengua de la dignidad nacional, haría decir a las madres argentinas: hemos perdido a nuestros hijos en defensa de la patria ofendida y con su sangre se sella la ignominia del país.

La exigencia de prolongar la guerra revela cuáles fueron, en realidad, las razones que condujeron a la alianza entre los gobiernos de Argentina, Brasil y Uruguay: la necesidad de destruir a un pueblo remiso a disciplinarse ante las exigencias británicas, para que sirviera de ejemplo en el futuro a eventuales díscolos que pretendieran imitar su ejemplo.

Mientras en Buenos Aires la alternativa de paz fracasaba, Solano López trataba de resistir, sin éxito, en las proximidades de Asunción. La ciudad fue conquistada y saqueada por los invasores en el mes de enero de 1869. Desde su residencia bonaerense, el Presidente Sarmiento se regodeaba con las novedades que procedían del frente paraguayo, y fiel a su estilo, alentaba una vez más el genocidio de los pueblos americanos, como lo demuestra la carta fechada el 5 de enero de 1869:

Descendientes de razas guaraníes, indios salvajes y esclavos que obran por instinto o falta de razón. En ellos, se perpetúa la barbarie primitiva y colonial... Son unos perros ignorantes... Al frenético, idiota, bruto y feroz borracho Solano López lo acompañan miles de animales que obedecen y mueren de miedo. Es providencial que un tirano haya hecho morir a todo ese pueblo guaraní. Era necesario purgar la tierra de toda esa excrecencia humana, raza perdida de cuyo contagio hay que librarse.

Una vez conquistada Asunción, los brasileños designan un gobierno títere, mientras Solano López pretende continuar su resistencia desde el interior del territorio guaraní, reemplazando a los soldados caídos con niños y ancianos, que también son exterminados sin piedad. A esa altura de la guerra ya casi no quedan hombres adultos paraguayos. Acorralado y ya sin fuerzas, Solano López fue ejecutado por fuerzas brasileñas el 1 de marzo de 1870, a orillas del río Aquidabán, en la denominada Batalla de Cerro Corá, en donde López, convertido en Mariscal, habría pronunciado la mítica frase: “Muero por mi Patria”. Versiones revisionistas de este suceso histórico señalan que lo que en realidad habría dicho López fue: “Muero con mi patria”. Sin embargo, lejos de concluir, la pesadilla del pueblo paraguayo recién estaba comenzando.

Mientras tanto, en la Argentina, la situación interna distaba de pacificarse. La resistencia a la guerra y a la imposición del proyecto colonial británico, impulsado por el liberalismo oligárquico porteño no cesaba. A inicios de 1870, Sarmiento comentaba a su amigo Posse que: “En el momento en que te escribo hay paz general, si no es que Guayama se levanta en La Rioja; los blancos amenazan invadir Entre Ríos; los Liberales de Corrientes, no contentos con vivir, quisieran vengarse de Urquiza. (Felipe Varela) nos costará cien mil inútilmente gastados. Estoy pues empeñado en consolidar un gobierno. La guerra del Paraguay sigue sin que podamos distraer un soldado ni economizar un centavo; y Calfucurá nos amenaza con una guerra formidable”.

La precaria paz, sin embargo, no duraría mucho. Urquiza, quien con tanta habilidad había tramado alianzas con federales, unitarios y liberales, con brasileños y paraguayos, con y en contra de Rosas, terminaría probando su propia medicina. En efecto, a poco de recibir a su antiguo enemigo y actual aliado, Domingo Faustino Sarmiento, el 11 de abril de 1870 –después de poco más de un mes de la ejecución de Solano López–, fue asesinado por la espalda en su propio Palacio San José.

La “muerte que tienen los traidores” que ya le había anticipado su antiguo publicista, José Hernández, enrostrándole su connivencia frente al asesinato del Chacho Peñaloza, ocurrido el 12 de noviembre de 1863. El caudillo entrerriano había hecho oídos sordos a la advertencia de Vélez Sarsfield, quien le escribió una carta en la que le hacía saber sobre las comunicaciones recibidas acerca de los levantamientos en Entre Ríos y el clima hostil que imperaba en la República en vista de su reconciliación con Sarmiento. (www.REALPOLITIK.com.ar) 


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