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4 de octubre de 2024 | Historia

(1864-1870)

Las consecuencias de la Guerra de la Triple Alianza

Las consecuencias de la Guerra de la Triple Alianza fueron desoladoras para el pueblo paraguayo. Más de la mitad de la población murió. El territorio se redujo significativamente, pese a lo acordado por los aliados en el tratado inicial.

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por:
Alberto Lettieri

El tratado que selló la paz consistió en un acuerdo que significó aún más pérdidas para los guaraníes. No sólo no les bastó a los aliados agresores con desmembrar a una verdadera potencia sudamericana, sino también lograron endeudarla a través del pago de los gastos por los “daños causados”, daños que la Triple Alianza provocó con vehemencia con el propósito de socavar cualquier vestigio de industria nacional en suelo guaraní. Fue así como el imperialismo brilló contra una de las potencias que le hacía sombra en el continente y acabó convirtiéndola en un país sin orillas, con grietas y heridas que nunca se curarían, una nación que alguna vez supo ser una potencia industrial, cuya riqueza y comercio resplandecían en Latinoamérica.

Una de las cláusulas establecidas en el tratado inicial que firmaron los aliados, la referida a la libre navegación de los ríos, significó la llave de ingreso para los productos británicos en el mercado paraguayo.

Artículo 12: La navegación de los ríos Uruguay, Paraná y Paraguay es libre para el comercio de todas las Naciones, desde el Río de la Plata hasta los puertos habilitados y que se habilitaren para ese fin por los respectivos Estados, conforme a las concesiones hechas por cada una de las Altas Partes Contratantes en sus decretos, leyes y tratados.

Este punto resultó crucial para las relaciones comerciales al abrir paso al mercado internacional en el continente en una época de transformación; una alianza entre el imperialismo y las oligarquías locales deseosas de poder. Un ingreso mundial que desestimó y profundizó declives como sostiene León Pómer, que respondió a una expansión territorial con fines comerciales más que a la “defensa de la seguridad nacional, independencia y democracia” que promovieron “los aliados”, tal como lo disponía el Tratado de Alianza promulgado el 26 de mayo de 1865, que establecía:

Artículo 9: los Aliados se obligan a respetar la independencia, soberanía e integridad territorial de la República del Paraguay. En consecuencia, el pueblo paraguayo podrá elegir el gobierno y las instituciones que le convengan, no incorporándose ni pidiendo el protectorado de ninguno de los aliados, como resultado de la guerra.

Brasil y Argentina actuaron con la complicidad de Inglaterra, desenfrenados por la codicia, perjudicando a un país solvente, próspero y autónomo, con el agravante de que pretendieron cargar al Paraguay con la responsabilidad del inicio de la guerra por la supuesta invasión del territorio argentino en su tránsito para auxiliar a sus aliados orientales. En la edición del 4 de mayo de 1866 del periódico La América, Carlos Guido y Spano y Agustín de Vedia invalidaban la explicación esgrimida por los aliados, al sostener que:

El gobierno argentino, fomentando la invasión de Flores al estado oriental, sembró la primera semilla de discordia en aquel desgraciado país, y no contento con haber abierto la puerta de la intervención brasileña, la auxilió con las municiones de su parque para destruir a cañonazos y a mansalva la ciudad de Paysandú.

Alberdi, por su parte, sostuvo que el conflicto fue una “guerra civil” debido a que cada uno de los aliados tenía un enemigo interno que necesitaba aplacar. Buenos Aires temía por los federales que apoyaban a los paraguayos en esta contienda, ya que los múltiples levantamientos en el interior del país podían provocar rispideces difíciles de solucionar. Esto provocó que Mitre aprovechara los levantamientos en Uruguay para alzar las banderas de la democracia liberal.

A su vez, Brasil se debatía en una monarquía esclavista y los colorados uruguayos, promulgaban por el liberalismo ante los blancos federales. Todos confluyeron en un mismo objetivo: el liberalismo económico impuesto por una oligarquía colonialista tributaria de los intereses británicos.

Incluso a juicio de un autor tan poco cercano a los intereses nacionales como Tulio Halperín Donghi, Mitre necesitó hacer de la guerra una cuestión nacional y tomó de excusa la ocupación paraguaya del territorio correntino para consolidar su empresa de construcción de un estado nacional. 

A medida que la guerra avanzaba, las deudas de los estados beligerantes se incrementaban, como parte de un perverso juego que les exigía sacrificarse en beneficio de intereses ajenos, y además, endeudarse con aquellos a quienes beneficiaban para cumplir los deseos de sus acreedores. Los federales del interior sabían que el enemigo inmediato no estaba fuera sino adentro de la misma República, por ello, la guerra genocida apuntó a consolidar un aparato político a la medida de los intereses coloniales. Por ese motivo, en el interior de la patria, en La Rioja, San Juan, el Noroeste y en el litoral aguardaban el triunfo paraguayo, no sólo para preservar la libertad de un pueblo oprimido que repelía la agresión de los apátridas, sino también en la conciencia de que en el resultado de esa guerra se ponía en juego su futuro y su propia libertad.

Varios fueron los pensadores argentinos que defendieron la “causa paraguaya”, como Juan Bautista Alberdi, Carlos Guido y Spano y Felipe Varela. En este sentido Alberdi sostenía que, según el Tratado de la Triple Alianza:

“La guerra es hecha (art. 7) contra el gobierno actual y no contra el pueblo del Paraguay; pero no es el general López sino el Paraguay quien deberá pagar los cien millones de pesos fuertes, que los aliados harían sufragar a ese país, por los gastos y perjuicios de la guerra, según lo declaran en el artículo 14 del tratado.

Se comprometen los aliados a respetar la independencia y soberanía del Paraguay (art. 8); y para probar todo lo que este respeto tiene de sincero, se arrogan el derecho soberano de quitarle el gobierno que él se ha dado, y de imponerle el que le agrade a los aliados (art. 6).

El tratado pretendería hacer creer que la guerra es hecha contra el gobierno del general López; pero cabalmente no será este gobierno sino los gobiernos futuros, creados bajo el influjo de los aliados, los que habrán de firmar los tratados en que se obliguen a entregarles la mitad del suelo de su patria, la totalidad de las rentas públicas del Paraguay, sus vapores de guerra, sus depósitos militares, de destruir sus fortificaciones, maestranzas y arsenales militares. [...] 

Dice el tratado (art. 11), que la guerra es hecha para asegurar la libre navegación de los afluentes del Plata. ¿En favor de quién esa libertad? En favor de los ribereños, es decir, de los aliados. Es lo que siempre pretendieron Buenos Aires y el Brasil”.

También Alberdi demonizaba el Protocolo adicional al tratado de la Triple Alianza, destruyendo el argumento mitrista para justificar la guerra:

“La guerra es hecha en nombre de la civilización, y tiene por mira la redención del Paraguay, según dicen los aliados; pero el artículo 3 del protocolo admite que el Paraguay, por vía de redención sin duda, puede ser saqueado y devastado, a cuyo fin da la regla en que debe ser distribuido el botín, es decir, la propiedad privada pillada al enemigo. ¡Y es un tratado que pretende organizar una cruzada de civilización, el que consagra este principio!”

Felipe Varela, por su parte, denunciaba las consecuencias de la guerra en términos de la relación entre Buenos Aires y el resto de la Nación afirmando:

“Compatriotas: desde que Aquél usurpó el gobierno de la Nación, el monopolio de los tesoros públicos y la absorción de las rentas provinciales, vieron a ser el patriotismo de los porteños, condenando al provinciano a cederles hasta el pan que reserva para sus hijos. Ser porteño, es ser ciudadano exclusivista; y ser provinciano, es ser mendigo sin patria, sin libertad, sin derechos”.

Tal como expresaron estos intelectuales y políticos argentinos la guerra fue un crimen perpetrado en pos de la soberanía imperialista para someter al Paraguay y convertirlo en su colonia. Los límites territoriales fueron otro de los puntos que llevaron a provocar la guerra. En este sentido, los aliados uruguayos, argentinos y brasileños se vieron atraídos por el liberalismo británico, que a través de su estado apostó a mantener las relaciones internacionales, en beneficio de su desarrollo, y que para ello no tuvo reparos en poner en riesgo a la Cuenca del Plata. A su vez, los tres aliados pretendían extender sus fronteras y para lograrlo necesitaban del financiamiento externo. De hecho Brasil y Argentina, una vez finalizada la guerra, comenzarán a discutir por terrenos que no se habían establecido en el Tratado. Otra de las cuestiones que se suscitó al momento del término de la guerra se relacionó con los exiliados paraguayos. Se dispuso que estos podrían ser asilados en territorio aliado.

Retomando lo vinculado con las consecuencias de la guerra los crímenes perpetrados en la guerra significaron para el Paraguay el costo económico de una nación en quiebra que debió afrontar el pago de “indemnizaciones” a los países aliados que lo derrotaron. Esto implicó que un solo país debió afrontar distintas deudas, con un costo que, además, significó la muerte de gran parte de su población, en una contienda cuyo único objetivo fue terminar con la unidad nacionalista.

Pese a la superioridad de los aliados Solano López luchó hasta el final de la guerra. Los prisioneros guaraníes fueron vendidos, los cadáveres de las víctimas paraguayas tirados al río, hecho que provocó la proliferación de enfermedades como el cólera. El resto de los soldados paraguayos fue torturado y asesinado en este conflicto bélico de la “civilización” contra la “barbarie”.

El estado empresario mitrista, frente a la autonomía de Solano López, se enfrentaba directamente con los intereses de los estancieros y la burguesía comercial adepta al imperialismo británico debido a que la “Patria Grande” era revolucionaria por privilegiar a su pueblo y defender a las autonomías locales.

Para Milcíades Peña, “Cada uno de estos gobiernos refleja una combinación peculiar de intereses dentro de la oligarquía, pero el resultado uniforme de su acción es afianzar la riqueza y el poder de la oligarquía y el peso específico del capital extranjero en la economía nacional. Vistos ya sus resultados, cabe seguir a grandes rasgos la política de estos gobiernos, en particular la de Mitre, que fue en todo sentido-mal sentido- el pionero. Impuesto por las armas contra el deseo de la mayoría del país y respaldado en la reducida oligarquía bonaerense, sobre todo en su sector comercial, el mitrismo reflejaba, sin distorsiones, el carácter parasitario y antinacional de esas clases dominantes".

Debido a la catástrofe que significó la guerra la modernización paraguaya, previa a la contienda, devino en miles de familias desposeídas que mendigaban tierras y alimentos, que antes habían sido prósperas, y una pequeña oligarquía que se consolidaba a la sombra de sus concesiones a los intereses brasileños. Atrás habían quedado los astilleros, el telégrafo, la industria textil, las cosechas algodoneras, la producción artesanal, y el hierro, ahora monopolizados por Gran Bretaña. La “civilización” europeizante sembró la miseria y la exclusión en Paraguay con el propósito de apropiarse de sus riquezas y del producto de su fuerza de trabajo. Era necesario obtener el control para imponer condiciones e inyectar sus capitales excedentes para generar condiciones de dependencia y explotación sobre sociedades empobrecidas y primarizadas.

En una reveladora carta a Bartolomé Mitre, Sarmiento celebraba en 1872 el éxito de la Triple Alianza como empresa “civilizadora”, en su concepción, o más bien como un genocidio planificado:

“Estamos por dudar de que exista el Paraguay. Descendientes de razas guaraníes, indios salvajes y esclavos que obran por instinto a falta de razón. En ellos se perpetúa la barbarie primitiva y colonial. Son unos perros ignorantes de los cuales ya han muerto ciento cincuenta mil. Su avance, capitaneados por descendientes degenerados de españoles, traería la detención de todo progreso y un retroceso a la barbarie... Al frenético, idiota, bruto y feroz borracho Solano López lo acompañan miles de animales que le obedecen y mueren de miedo. Es providencial que un tirano haya hecho morir a todo ese pueblo guaraní. Era preciso purgar la tierra de toda esa excrecencia humana: raza perdida de cuyo contagio hay que librarse”.

Tras el retiro del estado argentino de la guerra, en 1870, Paraguay quedó devastado y a merced de Brasil. El tratado firmado, donde aseguraba que ninguna de las potencias aliadas podía disponer de la paz por separado, fue ignorado por el gobierno paulista, lo que provocó graves conflictos de límites. En 1876 Paraguay tuvo que devolver a la Argentina la provincia de Misiones, que había pertenecido a las Provincias del Río de la Plata y anexada al Paraguay en 1841. Por otro lado, Uruguay fue el país que se vio beneficiado económicamente durante los años de la guerra. Concretamente, Montevideo se convirtió en un punto estratégico del comercio. Sin embargo, al finalizar la contienda, sufrió un duro revés económico.

En lo que hace a Gran Bretaña, a través de su embajador Thornton, apoyó una guerra que le proveyó grandes beneficios económicos, a través del financiamiento de los aliados, el aprovisionamiento de armamentos y la obtención de nuevos mercados proveedores de algodón a bajo precio.

El aniquilamiento de la población guaraní, sobre todo la masculina, derivó en la autorización dentro del suelo paraguayo de la poligamia, asociada a los fines de la reconstrucción social. Una vez saqueadas sus riquezas, el pueblo paraguayo se vería obligado a endeudarse con la banca británica y brasileña, cediendo amplias porciones de su soberanía e independencia.

El estado argentino, por su parte, no sólo obtuvo territorios, sino que además consiguió avanzar en el proceso de su conformación, por medio de la consolidación de un Ejército Nacional que se revelaría mucho más efectivo en la represión a las resistencias internas al modelo colonial dependiente y a sus consecuencias, que en su accionar en la disputa frente a otros estados. Simultáneamente el pacto colonial con Gran Bretaña se fortaleció, incrementándose las inversiones externas y la enajenación de las riquezas nativas.

En tal sentido, Alberdi había anticipado que la guerra significaría un duro golpe al proceso de construcción de un estado federal afirmando:

“Todo conspira hoy día en favor del restablecimiento de la unidad nacional argentina. Desde luego, la necesidad de salvar su independencia o su libertad exterior, la única libertad local o verdadera que haya conocido el país desde que se emancipó de España. Esta libertad, es decir, su independencia, está comprometida por la alianza que la convierte en un feudo del Brasil. Para rescatar la libertad del Paraguay el gobierno del general Mitre empeñó la de su país en un montepío brasilero. 

Con las necesidades de la política exterior, conspiran, en igual sentido, las de la paz interna, que no podrá existir jamás mientras falte un gobierno que tome la capacidad real de protegerla donde únicamente existe, que es en la centralización de las facultades de todo el país argentino. 

A la voz de esas necesidades se agrega la doctrina de los ejemplos exteriores, tanto de Europa como de América. Todas las confederaciones propenden hoy a transformarse en naciones más o menos unificadas. […] 

La República Argentina [...] tendrá necesidad de buscar en la unidad nacional la fuerza de que necesita para tenerse al nivel de sus vecinos, porque todos ellos son estados unitarios. Condenarse a la federación mal entendida es hacer el negocio de sus vecinos que no quieren otra cosa. Colocada entre Chile, Bolivia, el Paraguay, el Brasil y el estado oriental, países todos unitarios por la constitución de sus gobiernos, la República Argentina ha tenido la inconcebible idea de darse por ley de gobierno un sistema de división y fraccionamiento que debilita y esteriliza sus grandes recursos de poder, hasta hacerle el estado más débil de cuantos la circundan.

[...] la necesidad de salvar la independencia nacional por la concentración de todo el poder argentino en la ciudad de Buenos Aires. La simple capitalización de esta ciudad sería, según la mente de Rivadavia, todo lo que el país necesita para librarse del ascendiente preponderante del Brasil. Con ese solo arreglo resolvería de un golpe tres problemas que interesan a su existencia: el de su paz interna, el de su grandeza local y el de la independencia nacional, comprometida hoy día por la alianza que la revoca virtualmente”.

La Guerra de la Triple Alianza, un genocidio vergonzante que aún retumba en nuestra América. (www.REALPOLITIK.com.ar) 


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