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¿A dónde lleva Milei a la Argentina? Política exterior perdida entre realidad e ideología
Hay una desconexión preocupante entre las prioridades geopolíticas del gobierno de Milei y los intereses económicos que el país debería considerar.
La destitución de Diana Mondino y la política exterior de Javier Milei reflejan una peligrosa tendencia: la transformación de la diplomacia argentina en una herramienta ideológica, moldeada por el capricho de un mandatario en lugar de atender a los intereses estratégicos de la nación.
El giro de Milei hacia un alineamiento casi servil con Estados Unidos e Israel evoca una política internacional que, en lugar de responder a una lógica de Estado, se reduce a decisiones marcadas por afinidades ideológicas.
Creer que las relaciones internacionales pueden simplificarse en términos absolutos de "buenos" y "malos", o de naciones “libres” y “no libres”, es no solo un error diplomático, sino una falacia que le cuesta a Argentina oportunidades económicas y estratégicas de gran relevancia.
Política Exterior: ¿De Estado o de Gobierno?
La realidad es que los países actúan en función de sus intereses, no de ideologías puras. Juan Tokatlián (2024) ha señalado que la postura de Milei, caracterizada como “hiper-occidentalismo”, implica una “súper-ideologización” en la que Argentina ha adoptado una postura 100% pro-occidental, manifestada en un acoplamiento casi obsesivo con Washington y una aversión automática hacia naciones que no encajan en esta visión. Este enfoque deja de lado los intereses concretos y estratégicos, priorizando una perspectiva que carece de lógica pragmática y que incluso se enfrenta a los intereses objetivos de Argentina.
Lo que el país necesita desesperadamente en este contexto es una política exterior de “Estado”, no de “gobierno”.
La diferencia es abismal: una política de Estado responde al interés nacional, está diseñada para resolver problemas reales y promover el desarrollo interno; una política de gobierno, en cambio, es simplemente una extensión de las ideologías y obsesiones de quienes están temporalmente en el poder.
La política exterior de Milei se convierte en un espectáculo para el consumo interno, una demostración de pureza ideológica destinada a satisfacer a sus seguidores y silenciar a sus detractores. En lugar de buscar soluciones pragmáticas que beneficien a Argentina, Milei se aferra a un dogma que solo él y su círculo cercano comprenden y defienden.
Los intereses nacionales de Argentina no pueden ser reducidos a una ideología rígida; requieren una política exterior que permita relaciones con sus principales socios comerciales e inversores, como Brasil, China y otros países clave en Asia y Europa. La insistencia de Milei en dividir al mundo en términos ideológicos limita las oportunidades de Argentina para diversificar sus relaciones internacionales y fortalecer su economía.
La decisión de Petronas de retirarse del proyecto de construcción de una planta de Gas Natural Licuado (GNL) en Bahía Blanca, en asociación con YPF, es un ejemplo perfecto de los efectos perniciosos de esta política ideologizada.
Esta inversión, estimada en 30,000 millones de dólares, se perfilaba como una de las más grandes en la historia del país.
Sin embargo, el alineamiento incondicional de Milei con Israel y el apoyo al primer ministro Benjamín Netanyahu rompieron con la tradicional política de neutralidad de Argentina en Medio Oriente, justo cuando Malasia, un país mayoritariamente musulmán con una postura pro-Palestina, prohibió la entrada de barcos con bandera israelí en sus puertos en el contexto del conflicto entre Israel y Hamás.
Otro ejemplo alarmante es la reciente renuncia de Argentina a integrarse al bloque BRICS, que incluye a Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica. Juntos, representan aproximadamente 45% de la población mundial y 35% del PBI global.
Esta decisión revela una desconexión preocupante entre las prioridades geopolíticas del gobierno de Milei y los intereses económicos que el país debería considerar. El BRICS no solo representa una plataforma para el fortalecimiento de la cooperación económica y comercial entre sus miembros, sino también una oportunidad estratégica para que Argentina diversifique sus relaciones comerciales y acceda a mercados en crecimiento, especialmente en Asia y África.
Todo este enfoque se ve acentuado por lo que Mario Riorda (2024) ha denominado “brutalismo comunicativo”, caracterizado por un estilo de comunicación que carece de matices y se aparta de la prudencia discursiva que históricamente ha guiado la diplomacia argentina. En lugar de cultivar un diálogo constructivo y mantener relaciones diplomáticas en un contexto de múltiples intereses, el gobierno de Milei ha optado por un discurso confrontativo y polarizador que refleja su alineamiento ideológico y su rechazo a visiones más diplomáticas.
En este marco vale preguntarse...
¿Dónde quedan los intereses nacionales?
Los intereses nacionales de Argentina no pueden ser reducidos a una ideología rígida; necesitan una política exterior que permita relaciones con sus principales socios comerciales e inversores, como Brasil, China y otros países clave en Asia y Europa.
La insistencia de Milei en dividir al mundo en términos ideológicos limita las oportunidades de Argentina para diversificar sus relaciones internacionales y fortalecer su economía.
La destitución de Mondino es un síntoma claro de esta enfermedad política. Aunque Mondino era una fiel libertaria, su voto en la ONU reflejaba, aunque fuera mínimamente, un atisbo de independencia y pragmatismo en un contexto donde Argentina debe mantener buenas relaciones con múltiples actores internacionales.
No es un secreto que el embargo a Cuba es considerado por la gran mayoría de las naciones como un vestigio anacrónico de la Guerra Fría, un punto de fricción que, en lugar de favorecer a EE. UU., daña su imagen en la arena global. Mondino simplemente representó lo que la mayoría del mundo piensa y votó en consecuencia. Sin embargo, Milei no tolera disidencias ni sombras de ambigüedad en su cruzada ideológica; para él, solo el alineamiento total con Washington es aceptable, sin importar las consecuencias para Argentina.
“¡Ideologías! ¡Qué gran invento para no pensar!”
En resumen, la Argentina de Milei enfrenta el riesgo de convertirse en una sombra de sí misma, atrapada en un esquema de relaciones internacionales simplista y polarizado que ignora los intereses de la nación en nombre de una pureza ideológica ilusoria. Suponer que una alineación ideológica traerá beneficios automáticos o hará a Argentina “más libre” en el escenario global es una falacia; lo que realmente importa en las relaciones internacionales son los intereses concretos y los objetivos comunes que permitan al país prosperar.
Argentina necesita una política exterior basada en intereses reales y estratégicos, no en una doctrina ideológica personalista. De lo contrario, bajo el mando de Milei, el país podría encontrarse cada vez más aislado, sacrificando su autonomía y prosperidad a cambio de una fidelidad que beneficia a pocos y desdibuja el interés nacional en favor de una agenda estrecha y peligrosa.
La destitución de Mondino es solo el último episodio en una saga en la que Milei parece decidido a arrasar con cualquier vestigio de pragmatismo y diplomacia, imponiendo una política exterior que responde más a sus necesidades políticas internas que a los desafíos reales del país en un mundo multipolar.
Argentina necesita recuperar su política exterior de Estado, una política que busque el bien común y no s¿A dónde lleva Milei a la Argentina? Política exterior perdida entre realidad e ideología.
* Javier Barragán, Licenciado en Ciencia Política, Maestrando en Relaciones Internacionales y Abogado.
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