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Perón, los intelectuales reaccionarios y los “nostálgicos del 43”
El 31 de agosto de 1955, en el último discurso pronunciado en Plaza de Mayo antes de su derrocamiento, el general Juan Domingo Perón sostenía que el peronismo representaba un movimiento nacional cuyos “objetivos son bien claros” y “nadie, honestamente, podrá afirmar con fundamento que tenemos intenciones o designios inconfesables”.
Los atributos del enemigo, a su juicio, eran la hipocresía y la conspiración: “Ellos –sentenciaba– buscarán diversos pretextos. Habrá razones de libertad, de justicia, de religión o de cualquiera otra cosa, que ellos pondrán como escudo para alcanzar los objetivos que persiguen. Pero una sola cosa es lo que ellos buscan: retroceder la situación a 1943”.
El diagnóstico de Juan Domingo Perón resultó acertado; no así las acciones implementadas para evitarlo. Veinte días después, la Revolución Fusiladora puso fin a la democracia de masas e impulsó ese proyecto absurdo de retorno al pasado que tanta sangre, sufrimiento y destrucción costó a nuestra sociedad en los siguientes 30 años.
La prohibición de mencionar a Perón y a Eva Perón, de lucir distintivos o cantar la marcha partidaria provocó el efecto inverso al buscado: el peronismo se agigantó ante la proscripción, e incluso los hijos de esas clases marcadas a fuego por el odio social denunciaron la hipocresía de sus mayores, ese doble discurso que combinaba ideales republicanos y democráticos con prácticas de violencia y censura, y convirtieron a Perón en símbolo y paradigma revolucionario en los años 60 y principios de los 70.
Los intelectuales de la Fusiladora, Gino Germani en la Escuela de Sociología y José Luis Romero como rector interventor de la Universidad de Buenos Aires y pluma histórica al servicio del proyecto reaccionario, se esforzaron por caracterizar al peronismo como un modelo de fascismo latinoamericano. La censura, el control institucional y el inmovilismo burocrático permitieron insertar esta tesis infundada en los contenidos educativos, prácticamente hasta nuestro presente. Paradoja de la historia, los que definían al peronismo como totalitarismo y se presentaban como defensores de la libertad se amparaban en las bayonetas de las tiranías para imponer un pensamiento único, que exigía la proscripción del partido popular y recurría al crimen y la tortura como mecanismos privilegiados para garantizar el orden social. Las clases medias y altas desviaron su mirada con complicidad: todo era válido para lograr el objetivo denunciado por Perón: “Retroceder la situación a 1943”.
A diferencia de lo que el saber popular ha consagrado –un saber a menudo delineado por la manipulación mediática y educativa de las clases dominantes–, la historia no es primordialmente una ciencia que se ocupa de hechos pasados, sino una dimensión de nuestro presente, constituido por procesos que le preceden. De diversos modos ese pasado vive en el presente, y muchas veces adquiere una llamativa actualidad.
Seis décadas después, la advertencia de Perón mantiene su vigorosa actualidad. “El dilema –concluía entonces– es bien claro: o luchamos y vencemos para consolidar las conquistas alcanzadas o la oligarquía las va a destrozar al final. Para que ello no suceda estaremos todos nosotros para oponer a la infamia, a la insidia y a la traición de sus voluntades nuestros pechos y nuestras voluntades”. (www.REALPOLITIK.com.ar)
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