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28 de diciembre de 2024 | Pastillas de Colores

Vestigios de la dictadura

Diciembre del ’78: El verano en el que la costa argentina amaneció llena de cadáveres

Recién décadas después se supo de quienes eran: el Equipo Argentino de Antropología Forense descubrió que los cuerpos pertenecían a víctimas de los denominados Vuelos de la Muerte. Habían sido enterrados como NN en cementerios de General Lavalle y Villa Gesell, entre otros lugares de la zona.

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por:
Juan Provéndola

Hasta la pretendida sobriedad de los documentos mecanografiados puede sonar ansiosa y estridente: en un párrafo de 16 líneas de corrido sin puntos ni apartes, el subcomisario de Chascomús, Luis Calcagno, describía atolondradamente los seis cadáveres que habían aparecido en distintas playas argentinas entre el 16 y el 17 de diciembre de 1978. El radiograma frenético y confidencial fue enviado a la central de inteligencia de la Policía Bonaerense.  

Pocas horas después la agencia de espionaje respondió desde La Plata con un memorando secreto en el que exigía mucha más información de la suministrada. Dio 72 horas para la “misión” y, una vez cumplido el plazo, llegó desde la base de Chascomús un extenso escrito que intentaba explicar cómo fue que aparecieron desparramados en las orillas tantos cuerpos y en tan pocos días.  

El documento comenzaba argumentando por qué los sumarios de todas esas muertes habían sido catarulados como “presunto homicidio”, algo que el comando central de inteligencia interrogó casi a modo de cuestionamiento. “Es la consecuencia de haberse descartado un accidente, por cuanto en los últimos tiempos no se han producido naufragios ni otro tipo de hecho similar al cual pudiera atribuírsele la aparición de los cadáveres”, fue la respuesta al respecto.  

“Las causales de los fallecimientos fueron como consecuencia de fractura de cráneo, piernas, brazos, con aplastamiento de tórax”, decía el escrito secreto, amparándose en los dictámenes médicos. “En síntesis, politraumatismos y fracturas de cráneo, producidas por caída de altura”, concluía. Pero, ante tantas certezas, se imponía una duda clave: “Todos los cadáveres se encontraban en completo estado de descomposición, impidiendo lograr su identificación”.  

Por último, el memo actualizaba la lista de cadáveres encontrados en las playas durante esos dos días, ampliada de seis a nueve: cuatro en Mar de Ajó (todos el mismo día, el 16, pero en distintos horarios entre la mañana y la noche), dos en Mar del Tuyú, uno en San Bernardo, otro en San Clemente y hasta uno en Punta Rasa, el cabo donde se unen el Río de la Plata con el mar argentino.  

Todo este material secreto salió a la luz cuarenta años después de aquellos días de aguas turbulentas y mareas negras en la costa argentina. Los publiqué en el libro “El ojo que espía: Paseo por la mirada de la DIPPBA, uno de los organismos de espionaje más importables de la historia argentina”. La Dirección de Inteligencia de la Policía Bonaerense funcionó entre 1946 y 1998 y a lo largo de casi medio siglo de espionaje logró convertirse en una de las agencias más importantes de la historia argentina.  

Uno de esos documentos desclasificados por la Comisión Provincial por la Memoria lleva la firma de la jefatura de la Unidad Regional de Chascomús, una de las tantas en las que se dividía el organismo de inteligencia bonaerense, y la que específicamente operaba en la zona de esas localidades balnearias. Después de detallar las circunstancias en las que aparecieron los cuerpos y los rasgos que éstos presentaban, la seccional aclaró en el último párrafo que el día anterior al envío del documento había recibido “precisas directivas” acerca “del ‘procedimiento’ a adoptar para el caso de que se produjeran nuevos hallazgos”. El entrecomillado del texto original en el vocablo ‘procedimiento’ resulta por demás sugestivo: denota un código compartido, acaso encriptado. Una palabra que refiere a algo que no es lo que la propia palabra significa; recurso muy común para dejar afuera al ajeno si es que esos documentos se filtraban.  

De todos modos no resulta difícil imaginar de qué trató tal ‘procedimiento’: los cadávares fueron rápidamente enterrados como NN en cementerios de la zona y el asunto decidió ser silenciado, tal como se pudo comprobar décadas más tarde gracias a las reaperturas de causas por delitos de lesa humanidad y el trabajo del Equipo Argentino de Antropología Forense. Pero, durante muchos años, aquellos causas por “presunto homicidio” derivaron en manos del juez penal de Dolores, Carlos Facio, del mismo modo que lo hicieron los cuerpos arrojados al mar: hacia el ocultamiento.  

La apertura de estos archivos del espionaje estatal durante la dictadura dan cuenta de la tensión que generó en el gobierno militar las olas de cadáveres sobre las playas argentinas en diciembre de 1978. Si bien ya se habían registrados otros casos similares, fue en esa época cuando el tema causó mayor preocupación. Significaba para la dictadura algo que ésta no quería ni tampoco imaginaba: la aparición de quienes no sólo se desaparecían, sino que además se negaban.  

Los que la DIPPBA registró y ahora reproducimos son apenas un pequeño universo de un número difícil de cuantificar: ¿Cuántos cuerpos aparecieron en playas recónditas, lejos de la presencia humana? ¿Y cuántos fueron enterrados en lugares que aún no se pudieron hallar? Es dable pensar que, ante la conmoción que generó en la dictadura la aparición de tantos cuerpos en tan pocos días, el “procedimiento” mencionado entre comillas incluía también dejar de comentar esta situación en documentos escritos.  

No por casualidad a partir de entonces las agencias de espionaje dejan de referirse a los cadávares que el mar siguió vomitando. En los memos furtivos se observa con claridad que ni siquiera los servicios de inteligencia podían evitar reproducir lo evidente: la única forma que había de explicar la aparición de esos cadávares era a través de “caídas de altura”. Un eufemismo ridículo: ¿De qué otra forma habían llegado al mar esos cuerpos sino a través de los vuelos de la muerte? 

El tema es que los servicios de Inteligencia dejan de aludir a un asunto por dos motivos: el tema ya no reviste interés, o por el contrario se dio inicio a la fase operativa. La de la acción en base a la información. Que, en este caso, significó sepultar a estos sin mencionar nada al respecto para que no dejar rastros sobre ubicaciones ni identidades. Un año después, Jorge Videla dejaría más clara la operatoria en una conferencia reproducida por todo el mundo: “El desaparecido es una incógnita. Si el hombre apareciera, tendría un tratamiento equis. Y si la aparición se convirtiera en certeza de su fallecimiento, tiene un tratamiento zeta. Pero mientras sea desaparecido no puede tener ningún tratamiento especial. Es una incógnita. No tiene entidad, no está. Ni muerto, ni vivo. Está desaparecido”. (www.REALPOLITIK.com.ar)


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