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El pueblo de Chubut padece un incendio que se comió 2000 hectáreas de vegetación y obligó la evacuación de 200 personas. En 2019 había vivo otro verano fatal el fuego voraz más un fatal brote de hantavirus.
La entrada a Epuyén no podía ser más triste aquel verano de 2019: después del brote de hantavirus que dejó once muertos y ubicó al pueblo patagónico en el centro de las malas noticias, un incendio se devoró 2 mil hectáreas de bosques nativos y pinos plantados. Ambas márgenes de la ruta 40 lucían incineradas con cadáveres de árboles que murieron de pie pero sin poder disimular la desolación que abrazaba esa pequeña localidad pródiga en desdichas de verano. Es que en enero del 2018, el año anterior, otro fuego voraz redujo a carbón el alucinante centro cultural construido de cara al lago epónimo.
Epuyén es una especie de secretito bien guardado de la Comarca Andina del Paralelo 42, esa agrupación de pueblos cercanos a la línea horizontal que divide artificialmente las provincias de Chubut y Río Negro. Al igual que el resto de sus vecinos (y que todo asentamiento en zona montañosa) éste también se ubica en el bajo de un valle. Por eso es tan impactante penetrarlo en auto, moto o bicicleta por ese descenso furioso a través de Los Halcones o Los Cóndores, las arterias asfaltadas que comunican cuesta abajo el centro de la localidad con la Ruta 40.
Sin embargo, nada era igual después de la trompada que vivió Epuyén tras aquella fiesta de quince a la que media centena de pobladores asistieron el 3 de noviembre de 2018 en un salón privado. Allí, un señor que tenía hantavirus pero no lo sabía terminó contagiando a una tira de personas que por efecto dominó fueron cayendo, enfermando o muriendo. La primera víctima fatal fue Camila, una nena de trece años. El virus es transmitido por los colilargos, roeadores que se hacen un festín en Epuyén porque encuentran vivienda entre los abundantes pastizales y también comida en la rosa mosqueta y otras plantas que proliferan en la zona.
El pánico invadió a un pueblo que se amotinó en la puerta de la municipalidad para saber qué debía hacer, cómo podía curarse o de qué modo convenía prevenirse. El asunto tuvo alcance nacional y eso terminó estigmatizando a Epuyén en la temporada estival de 2019. El resultado fue un verano para el olvido con reservas caídas, turistas que esquivaban el lugar y pobladores hundidos en la paranoia y la desazón de una temporada que volvió magra.
En la Oficina de Turismo que está en la entrada principal cundía la desolación aquel entonces verano. Los empleados no podían disimular la angustia mientras entregaban a los visitantes un mapa que, curiosamente, tenía abrochada una calcomanía con el hasta #YoElijoEpuyen.
La urbanidad del pueblo está fraccionada en dos partes unidas (o separadas) por la calle Los Cauquenes: una sería el centro (asfalto, un banco, la escuela, una plaza y el hospital), y la otra la ribera dellago Epuyén, alrededor del cual se suceden los campings. En este último tramo se encuentran el Parque Municipal Puerto Bonito y el Predio de Artesanos, que cada enero reúne a unas 30 mil personas (es decir, diez veces más que la cantidad de habitantes del lugar). Salvo el de 2019, claro, donde fueron suspendidas todas las actividades capaces de congregar gente en un plan que incluyó aislamientos y cuarentenas segmentadas, la última vigente hasta el 24 de marzo.
En Epuyén todo lucía vacío, ausente y espectral. Durante gran parte del verano 2019 las calles eran un desfiladero de gente con barbijo. En el restaurant del Camping del Lago, una parejita sub30 ofrecía comida casera y atención amable, aunque la angustia era indisimulable: tuvieron que suspender todos los shows que tenían programados para enero y febrero de aquel año. Lo que de afuera luce como un lugar fascinante emboscado entre árboles, calles de tosca, un espejón de agua azul como el cielo y el fondo de la trasmontaña, adentro muta de ánimo, incluso a pesar de las numeras muestras de solidaridad y apoyo que mimaron el alma pero no pudieron reponer lo perdido. Hasta el inicio de las clases debió ser postergado, incluso. Como si todo en Epuyén fuese víctima de un efecto retardante: los tratamientos a las víctimas, la ayuda sanitaria y un verano que, esa vez, pasó de largo entre la primavera y el otoño. (www.REALPOLITIK.com.ar)
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