
Interior
El gobierno de Javier Milei, enfrentado a exigencias del FMI y a un creciente malestar social, intenta contener la inflación y mantener el dólar bajo a cualquier costo, mientras enfrenta críticas por su discurso en Davos y señales adversas en las encuestas.
En los últimos quince días el gobierno recibió noticias bastante decepcionantes que le obligaron a tomar decisiones en contra de su voluntad. La principal fue la confirmación del FMI de las condiciones para cerrar un nuevo acuerdo y liberar dinero, por una suma de entre 11.00 y 20.000 millones de dólares: devaluación de la moneda y salida del cepo. Tal fue el impacto que provocó este mensaje que el ministro Luis “Toto” Caputo debió abandonar la gira internacional que compartía con Javier Milei para retornar a la Argentina. A poco de su llegada se anunció una baja en las retenciones agrarias “provisoria”, para acicatear al sector rural a liquidar inmediatamente divisas, en contraposición con la negativa permanente que había sostenido hasta entonces.
Queda en claro que el gobierno, al menos hasta las elecciones de medio término, ha atado su suerte al control de la inflación, sin importar el costo social ni económico de mantener un dólar artificialmente bajo, interviniendo groseramente sobre el mercado de cambios y promoviendo la tradicional bicicleta financiera, ahora rebautizada como crawlin peg. Incluso había ido más allá al actualizar la tablita devaluatoria del dólar oficial del 2 al 1 por ciento mensual, profundizando así ese atraso en la cotización de la divisa norteamericana. Pero los mensajes recibidos en Washington durante la asunción de Donald Trump obligaron a recalcular: no sólo era la comunicación del Fondo Monetario Internacional lo que preocupaba, sino también los anuncios de política económica del nuevo presidente norteamericano, francamente nocivos para la economía argentina y el plan económico de Milei - Caputo: dólar encarecido, proteccionismo y guerra comercial. Ya el mundo venía adaptándose a la nueva era Trump, devaluando sus divisas por todas partes. El plan económico de Caputo apareció como un corso a contramano.
El gobierno argentino insiste en esperanzarse con la mediación de Trump para conseguir dinero fresco del FMI, aunque queda en claro que, si esto sucede, obedecerá a razones políticas y no económicas. Por esta razón Milei ensayó un nuevo gesto de sumisión en la “relación carnal” que pretende sostener con los EE.UU., con un patético discurso en Davos donde omitió toda referencia económica para dar rienda suelta a racismo exacerbado y la agresión y amenaza a las minorías sexuales y culturales.
En este contexto, la urgencia de garantizar el ingreso de dólares para tirarlos por la canaleta para mantener estable su cotización en el mercado argentino derivó en la baja de retenciones, un reclamo del sector agrario al que venía resistiéndose a capa y espada hasta ahora. La decisión implicará la necesidad de compensar esa pérdida de ingresos incrementando las cargas sobre el resto de la sociedad, y talando aún más los presupuestos de salud, educación y las erogaciones en salarios públicos y jubilaciones. Asimismo, y para demostrar con claridad para quiénes gobierna, la administración nacional anunció una drástica reducción en los aranceles para los autos de alta gama, lo que no sólo disminuirá más aún la recaudación, sino que también afectará a la industria automotriz local.
El gobierno tiene en claro que no ahorrará esfuerzos para mantener el dólar planchado hasta el mes electoral de octubre. Después será otra cosa. Necesita a toda costa incrementar su representación institucional a todos los niveles para presentarla a los mercados como una señal de apoyo a su política de ajuste y concentración de la propiedad. El problema es que aparecieron dos señales preocupantes que no provienen de la economía, sino de la sociedad, que alteraron la inestable convivencia dentro de eje de poder presidencial. Del lado de las encuestas, aparecieron mediciones que advierten que, en un eventual balotaje, Axel Kicillof se impondría sobre Javier Milei y que, además, la mayoría de los argentinos está en contra de las iniciativas oficiales.
El otro trago amargo fue la respuesta que recibió el discurso escrito por Santiago Caputo y pronunciado por Milei en Davos. No solo la comunidad LGTB, sino una amplia mayoría a todos los niveles de la vida social salieron a repudiarlo. Parece quedar claro que, si bien el descrédito de la política tradicional creó un clima tolerante hacia los improperios y exabruptos de Milei, el presidente parece haber encontrado un límite en el resguardo de los valores humanitarios por parte de la mayoría de los argentinos, aunque mayoritariamente la clase política haya preferido inicialmente mirar para otro lado. Pero las señales sociales son muy claras y no podrá sostener esa prescindencia, sobre todo si tiene éxito la marcha convocada para este sábado. Tan es así que hasta la CGT ha debido sumarse a la movida.
Mientras que Milei, sus comunicadores y la casta dirigencial insiste en privilegiar los pretendidos logros de la macroeconomía, la sociedad empieza a dar señales de marcado disgusto con el plan económico. El resto de la dirigencia deberá evaluar si mantiene su cómoda prescindencia, a costas de quedar arrasada por el malhumor social y exponerse a ser reemplazada por alguna clase de trasvasamiento generacional, o consigue reacomodarse a los nuevos tiempos que podrían sobrevenir. Una tarea que no le resultaría sencilla, de todos modos, atento al repudio mayoritario que ha conseguido generar en la mayoría de los argentinos. (www.REALPOLITIK.com.ar)
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