
Pelota dividida
El 16 de febrero de 1835 era asesinado Facundo Quiroga en Barranco Yaco, por orden de los hermanos Reinafé, quienes controlaban la provincia de Córdoba, con el apoyo y liderazgo del gobernador y caudillo santafesino Estanislao López.
La muerte de Facundo Quiroga se produjo en una etapa de pronunciada declinación de su figura política, muy lejos del protagonismo que había sabido ganarse en la década previa. Su defunción –como toda su vida- estuvo rodeada de sospechas, altibajos y claroscuros. Personaje viscoso, constituye uno de los grandes enigmas de la historia argentina.
Unitario por convicción pero federal por imperio de la dinámica política del Río de la Plata en tiempos de las guerras civiles, su trayectoria invita a reflexionar sobre quién y qué fue en realidad. ¿Fue el Tigre de los Llanos un jefe militar valiente y decidido, aunque rudimentario en sus recursos? ¿Fue su avidez por los negocios la que lo llevó a ejercer la gobernación de La Rioja apenas unos pocos meses durante toda su vida, prefiriendo conservar su rol como caudillo y jefe militar que lo mantuvo durante varios años como el hombre fuerte de la región de Cuyo y el noroeste argentino -La Rioja, San Juan, Catamarca, Tucumán, San Luis, Mendoza, Salta y Jujuy-. y el arquitecto de un sistema de alianzas que lo ubicaba necesariamente en la cúspide, a pesar de prescindir del ejercicio de la gobernación? ¿Fue un voraz empresario desvelado por sus negocios, que, en el caso de la explotación de la minería en Famatina condujeron a la confrontación sin cuartel con Bernardino Rivadavia y el unitarismo porteño? Seguramente Quiroga fue todo eso y también mucho más que eso. Pero sin dudas expresa un perfil propio que lo distingue de la mayoría de sus contemporáneos.
Nacido en San Antonio de los LLanos 27 de noviembre de 1788, perteneció a una familia acomodada que arrastraba sus orígenes a los reyes visigodos y al fundador de la provincia de Jujuy. Su padre fue un hacendado que combinó su actividad económica con el ejercicio de la comandancia de milicias, que marcó a fuego la personalidad de su hijo, quien sin embargo lo superó en su ambición por los negocios y por la construcción de poder, proyectados a escala nacional.
En su condición de jefe de milicias de su comarca, con el grado de capitán, participó en las luchas por la independencia organizando las tropas, persiguiendo a desertores y capturando y enviando ganado al Ejército del Norte y al Ejército de los Andes. Allí inició su relación con el comandante Nicolás Dávila, Segundo jefe de la columna del Ejército de los Andes que liberó Copiapó. Dávila pertenecía a una de las dos familias aristocráticas que se disputaban el poder en La Rioja, y en virtud de su creciente poder militar consiguió convertirlo en gobernador en 1820. Pero el creciente prestigio popular de Quiroga fue demasiado para los Dávila, a punto tal que Quiroga terminó asumiendo el ejecutivo provincial por apenas un puñado de meses, hasta que renunció y nunca trató de recuperar el cargo a lo largo de su vida.
No se fue con las manos vacías, ya que consiguió incrementar considerablemente su fortuna al conseguir la concesión, por parte del gobierno local para la explotación de las minas de cobre y plata de la región, tarea que desarrolló en colaboración con grupos económicos porteños y riojanos entre 1821 y 1823, fabricando moneda de calidad que fue utilizada a lo largo del territorio nacional. Esta actividad lo enfrentó con Bernardino Rivadavia, quien con el cargo de ministro Plenipotenciario de las Provincias Unidas viajó a Londres, donde creó la “River Plate Minning Asociation”, con un millón de libras esterlinas de capital. Rivadavia asumió la dirección provisional de un emprendimiento que prometía reportarle un abultado salario en libras, además de una importante porción del paquete accionario. El problema era que ni su cargo ni sus competencias, al ser otorgadas por el gobierno unitario porteño, legitimaban el derecho a esa explotación, por lo que debió esperar a acceder a la Presidencia de la Nación, en 1824, para tratar de fogonearlo. Rivadavia se ubicaba así a ambos lados del mostrador, y utilizaba su cargo para tratar de enriquecerse.
La respuesta de Quiroga fue tajante, y comenzó a construir un significativo liderazgo regional en defensa de sus intereses personales, pero también de los de las provincias que pretendían ser saqueadas en sus recursos naturales por el contubernio entre unitarios porteños y el capitalismo británico.
Durante la guerra con el Brasil, que Rivadavia desatendió para tratar de utilizar las tropas para eliminar a los caudillos provinciales, Quiroga fue el referente más destacado y el líder del federalismo, que terminó con la derrota y la caída del precario orden nacional. Por esos años participó activamente de la vida política de las provincias de Cuyo y del NOA, jugando un papel decisivo con sus tropas en la definición de sus ordenamientos políticos.
Hacia el fin de la década de 1820, su estrella comenzó lentamente a colapsar a partir de las derrotas que le infringió el General José María Paz en su disputa por imponer al gobernador de Córdoba. Si bien Quiroga continuó siendo una referencia esencial del Partido Federal, a medida que avanzaban los años 30 debió compartir ese liderazgo con el gobernador porteño, Juan Manuel de Rosas, y el santafesino, Estanislao López, con quien se generó una situación de profunda enemistad que incluso permite sospechar la condición de autor intelectual del asesinato del Tigre de los Llanos, encargado por sus protegidos, los hermanos Reinafé, a quienes sostenía en la Provincia de Córdoba.
Debilitado en su liderazgo regional en la década de 1830, Quiroga pasó buena parte de su tiempo en Buenos Aires, donde incluso levantó una estancia en la localidad de San Pedro. Rosas lo trató con respeto y consideración, aunque más como miembro fundador del panteón federal, manteniéndolo a distancia de los procesos de toma de decisión política. En ocasiones le asignó funciones honoríficas, como la jefatura en la Campaña del Desierto. Y no puede pasarse por alto que su deceso se produjo en cumplimiento de una misión de mediación encargada por el Restaurador de las Leyes.
A diferencia de la mayoría de los caudillos federales, Quiroga era partidario de una rápida organización constitucional de la nación. En respuesta a esta postura Rosas le dedicó una aleccionadora carta, explicándole la contradicción entre los objetivos del federalismo y la sanción de una ley fundamental que sólo profundizaría el desequilibrio entre las provincias y Buenos Aires.
Debilitado y enfermo, el Tigre de los Llanos encontró su final en Barranca Yaco. Por más que los detractores de Rosas pretendieron responsabilizarlo, no hay pruebas ni argumento razonable que pueda sostener esta fantasiosa hipótesis.
Quiroga fue un caudillo amado por su pueblo, que constantemente combinó sus intereses personales con una causa política. Pero, a diferencia de otros que actuaron de manera similar, como Justo José de Urquiza por ejemplo, nunca resignó supeditó su compromiso patriótico a su propio beneficio económico, aunque a menudo su desempeño haya resultado un tanto errático e improvisado. (www.REALPOLITIK.com.ar)
ETIQUETAS DE ESTA NOTA
¿Qué te parece esta nota?