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La degradación de la democracia, la corrupción y el desencanto social han llevado a la Argentina a repetir cíclicamente sus fracasos económicos y políticos, con la figura de los hermanos Milei ahora manchada por la misma corrupción que prometieron erradicar.
Muy lejos están aquellos tiempos en los que los partidos de masas imponían su hegemonía a lo largo de Occidente. Las democracias contemporáneas, sobre todo a partir de la caída del Muro de Berlín y ya sin adversario ideológico a la vista, demostraron toda su incapacidad para garantizar siquiera mínimos niveles de equidad social. A la distancia suena extraña, casi como una burla, la sentencia de Raúl Alfonsín de que “con la democracia se come, se cura, se educa”. Las últimas décadas han sido la escena de la comprobación más evidente del desencanto social: políticos, empresarios, sindicalistas, jueces, fuerzas de seguridad vinculadas con actos de corrupción o participación en organizaciones delictivas vinculadas con el narcotráfico, las estafas financieras o la apropiación de los bienes y recursos estatales.
Los llamados de atención de muchos intelectuales sobre la degradación de las democracias occidentales, de la pérdida de empatía entre gobernantes y gobernados que terminó con el desprecio de los primeros hacia los segundos y de descalificación y condena en sentido inverso, demuestran que no son la convicción ni la convergencia en ideales o doctrinas comunes las claves que determinan el sufragio. La “contrademocracia” –término acuñado por Pierre Rosanvallon- privilegia el enojo, la desconfianza y la condena de amplios sectores de las sociedades respecto de sus dirigencias profesionales. Eso también explica la victoria de recién llegados a la política, sin experiencia ni capacidades concretas al momento de tener que asumir el desafío de la gobernabilidad, pero con la tolerancia de una sociedad abúlica, desencantada, cuyo voto expresa más la condena a lo conocido que la adhesión a lo nuevo, y que, por esa razón, no tiene disposición alguna a respaldar en las calles a aquellos a quienes confió su destino.
La confusión, las contradicciones entre discursos y acciones, la condena de la política y del estado por parte de aquellos a los que se les encargó administrarlos contribuyen a la desmovilización generalizada, a la pérdida de la capacidad de diferenciación entre lo verdadero y lo falaz. La verdad parece haber caído en desuso, como lo han hecho también categorías tales como el bien común, la solidaridad, y la comunidad de destino compartida por el cuerpo de la Nación. Es la hora del individualismo a ultranza, del “sálvese quien pueda”, de la degradación de una política concebida como herramienta de cambio en beneficio de las mayorías en instrumento de acción que beneficia sistemáticamente a los más poderosos, sin oposición alguna, asentando las bases de nuevos estados de naturaleza caracterizados por la supremacía del más fuerte.
En estas condiciones, naturalmente la economía se impone sobre la política, la desigualdad avanza a paso acelerado y la concentración extrema de la riqueza ha sido naturalizada. Tan limitadas son las pretensiones de las mayorías inconexas que basta con la instalación de una ilusión de mejoría, sin precisiones ni fundamento alguno, para sostener el cúmulo de mentiras sistemáticas con las que se pretende justificar actos de gobierno que en cualquier otro momento hubiesen generado el repudio y la respuesta popular.
Sólo hay algo que las sociedades no están dispuestas a tolerar, y es la comprobación de que la sinceridad de los nuevos líderes, a quienes consideraba similares al ciudadano de a pie por su inexperiencia política previa, ha sido impostada. La declinación de Javier Milei no comenzó el día en que quedó claro que el plan económico del gobierno era inviable y que se limitaba a reproducir fracasos anteriores, como el de José Alfredo Martínez de Hoz o el de la gestión de Mauricio Macri, con el mismo Luis “Toto” Caputo como estratega financiero, sino cuando apareció en escena la estafa de la shiit coin $Libra. ¿Era aquél a quien muchos votaron creyendo ingenuamente en su discurso anti-casta un estafador? La mayoría de los argentinos, según las encuestas, responde afirmativamente a este interrogante. Pero hay algo mucho peor, y es que también comenzaron a cobrar entidad de la condición de recaudadora y comercializadora de los encuentros con su hermano de Karina Milei, y la participación del presidente en otro oscuro caso de especulación cripto en el pasado.
La Agencia Bloomberg publicó en el día de ayer una nota condenatoria al respecto, en la que se señala que, siendo diputado nacional, Javier Milei y su hermana organizaban cenas de lujo a razón de 20 mil dólares por comensal, recaudando alrededor de 400 mil dólares en cada una, sin pagar impuestos ni realizar facturación legal alguna. A razón de un evento mensual, la cifra anual sería de 4.800.000 dólares. Por esta razón el diputado Milei podría sortear su dieta: no era más que un vuelto.
Les guste o no, las figuras de los hermanos Milei hna quedado manchadas por la mácula de la corrupción. Una falta que, para la sociedad argentina puede resultar inaceptable o perfectamente tolerable según consiga sostener o no la ficción de una baja inflación y un dólar barato. Los cimbronazos que los mercados están provocando sobre un gobierno que, desde el discurso de Davos, no deja de comunicar pésimamente ni de dispararse a los pies comienzan a traducirse en una drástica caída en la imagen presidencial, que se desplomó del 57 al 42 por ciento según la mayoría de las encuestas, y sigue en baja, y un 70 por ciento que afirma que la inflación sigue alta y califica como “mala” la situación económica, según la última medición de la encuestadora brasileña Atlas, paradójicamente la única que anticipó su victoria en las presidenciales de 2023.
Es por estas razones que el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI) resulta fundamental para tratar de recomponer la gobernabilidad y el crédito en una sociedad que ha cambiado su percepción sobre los hermanos Milei y su gobierno. No es casual que, en las primeras mediciones, el castigado Ramiro Marra se imponga con cierta holgura al candidato del régimen, Manuel Adorni, aunque este sea presentado como el alter ego del presidente. No es que el monto del crédito resulte determinante en sí, ya que no alcanzaría siquiera para cubrir los más de 12.000 millones de dólares de reservas negativas, es decir, del dinero de los depositantes privados del que el gobierno echó mano para contener la corrida actual, producto de su deliberado proyecto de beneficiar a los grandes jugadores de la timba financiera. Pero sumado a otros maquillajes similares, como por ejemplo la próxima reunión informal de Milei con Donald Trump en Mar-A-Lago, quizá servirían para tratar de emparchar un relato oficial hecho girones.
En definitiva, queda claro para qué se utilizarán esos fondos, que tendrán el mismo destino de los que administró Caputo durante el gobierno de Mauricio Macri: posibilitar la fuga de los capitales financieros externos que vinieron a enriquecerse durante la vigencia del carry trade. También parece bastante obvio, como un constante déjà vu al que está sometido la Argentina, qué es lo que vendrá después de eso, que no será, precisamente, un lecho de rosas.
En un mundo convulsionado e incierto, la Argentina deberá afrontar, una vez más, su propio destino, que no será otra cosa que una nueva versión de su pasado más nefasto, aunque agravado por una constante caída que nunca parece tener fin. El eterno retorno a un pasado empeorado es mucho más que un mito. El déjà vu argentino nunca nos abandona. (www.REALPOLITIK.com.ar)
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