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El gobierno nacional enfrenta una grave crisis política, económica y social tras haber planteado las elecciones de medio término como un plebiscito sobre Javier Milei, en medio de un escenario financiero desbordado, malestar social creciente y un panorama electoral cada vez más incierto.
Entre los muchos errores estratégicos y de comunicación que cometió el gobierno nacional, uno de los más graves fue el de asignar la condición de plebiscito a favor o en contra de Javier Milei a las próximas elecciones de medio término. Cierto es que, al momento de tomar esa decisión varios meses atrás, el panorama político, económico y social era totalmente diferente: el plan de Milei y Luis Caputo parecía marchar sobre ruedas, Cristina Farnández de Kirchner estaba libre y podía ser presentada como un peligro real, y la economía daba algunas señales de recuperación, del tipo “rebote del gato muerto”. Pero las cosas cambiaron y mucho, y si bien hoy en día se siguen manteniendo los lineamientos de campaña fijados en un contexto muy diferente del actual, la preocupación ha invadido a las altas esferas del gobierno.
A medida que las tasas de interés ofrecidas por el Banco Central de la República Argentina a los tenedores de bonos a corto plazo crecen de manera exponencial, superando el 70 por ciento, para tratar de enmascarar el déficit y la constante emisión de divisas que contrasta con el discurso oficial, y que el dólar trata de ser contenido pero no por eso resulta menos amenazante, el impacto sobre los precios en las góndolas y los comercios de cercanía comienza a evidenciarse. El propio presidente ha asumido un papel determinante en la definición de las medidas financieras, contradiciendo a su ministro Luis Caputo, para tratar de ponerle un torniquete a una masa monetaria que se multiplicó por tres durante la actual gestión y que, en caso de liberarse aunque será parcialmente, llevaría a la moneda norteamericana a una cotización que haría estallar los indicadores de inflación. Tal como señalaba un curtido economista ortodoxo, las tasas del 70 por ciento que ofreció el gobierno para tratar de absorber el último vencimiento de bonos es propia de una situación de hiperinflación.
Esto se evidencia en la decisión de los tenedores de bonos de renovar sólo el 60 por ciento de los vencimientos, a pesar de los porcentajes estratosféricos de rendimiento. El temor al default, a que el gobierno finalmente no pueda pagar sus compromisos, crece de manera constante. Esto obligó a la conducción económica del gobierno a adelantar la creación de un corralón para ese 40 por ciento que quedó liberado y que el lunes debería pagarse con nueva emisión. Aún no está en claro su diseño, pero sí que ese día será clave. Más allá de lo que se decida, la relación entre las autoridades y los bancos está estallada.
La mala fortuna en la renovación y los anuncios diletantes del gobierno causaron estragos también en las cotizaciones de los principales bancos privados en Wall Street, con caídas de entre el 4 y el 10 por ciento. Por primera vez desde 2001 el sistema bancario está en riesgo. Y no sólo eso: con tasas de interés de esta magnitud se destruyó el crédito bancario, las empresas en general están afrontando crisis que ponen en duda su continuidad, y el empleo está en riesgo, con la amenaza de nuevos y múltiples despidos y suspensiones. Los salarios vienen perdiendo por goleada ante el incremento de la inflación real y en dólares, que contradice las mediciones del Instituto Nacional de Estadística y Censos (INDEC) basadas en indicadores escasamente representativos. El malhumor social se percibe en el aire, y así lo interpretaron varios gobernadores que decidieron ponerle límites al autoritarismo oficial.
En este clivaje tan crítico, el gobierno avanza con su estrategia electoral, prescindiendo de las señales que emanan de la sociedad. De este modo, insiste en presentar el saqueo de la sociedad en beneficio de intereses financieros concentrados, muy vinculados con la gestión, como el sacrificio que los argentinos deben realizar para conseguir alumbrar el cambio estructural de la economía. Por esta razón Milei y las figuras clave del gobierno siguen tratando de justificar los vetos a discapacitados, jubilaciones, educación, salud, obra pública, etcétera, como medida “patrióticas” amenazadas por la incomprensión de los “degenerados fiscales”, y reitera su parloteo sobre un superávit fiscal inexistente y ausencia de emisión, que sólo se fundamentan sobre datos falaces y contabilidad creativa. Como simple dato de la realidad, hoy el gobierno paga más por endeudamiento irresponsable que por jubilaciones y pensiones, pero insiste en someter a los más adultos a condiciones inhumanas.
Respaldado fundamentalmente por el gobierno de los Estados Unidos, unas pocas pero muy poderosas empresas financieras, extractivas e inmobiliarias, y el FMI, el gobierno tiene en claro que el día después de las elecciones de octubre deberá implementar políticas mucho más dañinas para el pueblo argentino en razón de los compromisos tomados. El recambio del ministro de Economía parece ser la crónica de una muerte anunciada, así como el avance sobre las conquistas sociales y laborales de los trabajadores. Y ni qué decir de la confrontación con los bancos: queda claro que este dólar barato tendrá muchas dificultades para sostenerse. Por esta razón, en lugar de implementar un “plan platita” insiste en los sacrificios patrióticos que deberán afrontar los argentinos, adoptando la lógica de que “el que avisa no traiciona”, para evitar una reproducción de la debacle sin red que debió afrontar Mauricio Macri luego de su raid triunfal en las elecciones de medio término de 2017.
El problema es que las expectativas y la esperanza que acompañaron a Milei durante su primer año y medio de gobierno se han devaluado en extremo, según dan cuenta las encuestas y focus groups que encarga la gestión cotidianamente. Si no hay anuncios favorables para hacer, ni ahora ni en el mediano ni en el largo plazo, ¿cómo tratar de seducir al votante “blando” de Milei, que se manifiesta mayoritariamente dispuesto a no concurrir a los comicios?
Aquí es donde se juegan todas las cartas en tratar de aguijonear el odio social, alertando sobre el “riesgo kuka”, planteando como slogan principal de la campaña el lema “Kirchnerismo Nunca Más”. También hay un intento, que por ahora no consigue concretarse, de “civilizar” al presidente, quien prometió no volver a insultar al ser anoticiado que sus formas son rechazados por la mayoría de los votantes que se le sumaron en el balotaje presidencial.
¿Alcanzará con este maquillaje para conseguir una victoria en octubre? Tal vez le resulte suficiente, pero buena parte de los publicistas del establishment ponen en duda la gobernabilidad de la Argentina a partir del día después, más allá del resultado obtenido.
Además, paradójicamente, al gobierno le salió un grano en el pie: nada menos que la importancia que van adquiriendo los comicios provinciales del 7 de septiembre, una decisión de Axel Kicillof que fue muy cuestionada por el cristinismo pero que, a la postre, se develó como estratégica, ya que una eventual derrota de la alianza que hegemoniza La Libertad Avanza (LLA) podría tener un impacto decisivo no sólo sobre los comicios de octubre, sino también sobre la estabilidad de una precaria política financiera que amenaza con colapsar por su propia inconsistencia, incluso antes de las elecciones de la provincia de Buenos Aires.
En el esquema imaginado por el gobierno, los intendentes no iban a involucrarse demasiado en los comicios de octubre, por lo que se descontaba una victoria de LLA. Pero el impacto destructivo de esas políticas oficiales sobre los bolsillos y la estabilidad laboral de sus propios votantes pone en duda no sólo su participación electoral, sino el sentido de su voto plebiscitario. ¿Insistirán en apoyar a Milei los jubilados, los trabajadores suspendidos o cesanteados o los que vieron drásticamente caídos sus ingresos y temen sobre su estabilidad laboral?
Aunque el panperonismo no haga demasiado, la inasistencia, el voto en blanco o el respaldo a la lista K se presentan como opciones que no pueden ser descartadas. Por esta razón el gobierno debió sacar a la liza electoral al propio Javier Milei para la campaña de septiembre, algo que estaba totalmente descartado unas semanas atrás. La decisión es riesgosísima, porque implica adelantar el plebiscito de octubre a septiembre, y justamente en el distrito en el que el panperonismo es más fuerte. Aquí no cabe esperar una desvinculación de los intendentes, muchos de los cuales encabezan sus propias listas para tratar de garantizar su propia supervivencia. ¿Qué pasaría si Milei pierde contra el kirchnerismo? ¿Cuál sería la proyección de la vicegobernadora, Verónica Magario, si los números que indican las encuestas se confirman en las urnas?
Por cierto que ese panperonismo vive preso de sus tensiones y rupturas internas, y pocos se animarían a asegurar que continuará unido después de los comicios de septiembre o de octubre, pero tal vez un resultado favorable permita modificar sensiblemente este esquema de atomización. El punto es que los comicios de octubre son, para él, una bomba de tiempo, al tener que definirse las candidaturas en el tramo decisivo de la campaña de septiembre. Queda en claro que una lista común encabezada por Máximo Kirchner, Cristina -aunque ahora imposibilitada-, Sergio Massa, o alguna otra figura representativa no sólo haría estallar la interna, sino que también afectaría el desempeño electoral de septiembre y permitiría potenciar el discurso anti-kuka del gobierno nacional.
Los únicos que no lo entienden son los cristinistas, empecinados en convertir a ese panperonismo en un partidito provincial que podrían manejar a voluntad. Para el resto de los actores, incluido el propio Sergio Massa, lo que prima es la tesis de que lo más adecuado sería presentar a un candidato de “baja intensidad”, o marchar con listas separadas, para diluir el impacto del voto del odio antiperonista. Kicillof propuso un candidato: el ex ministro Jorge Taiana, quien no parece ser una amenaza interna para nadie y tiene una consideración neutra de la sociedad. El problema es que cualquiera de estas dos alternativas significaría una victoria del cuestionado gobernador y una drástica derrota del cristinismo, que ya demostró nuevamente su miopía al momento de condenar la disociación de las elecciones provinciales y nacionales.
Este domingo, cuando aparezcan las listas definitivas para las elecciones de octubre, podrá tenerse un panorama más certero sobre el sendero que cabría esperar para los comicios de septiembre. Los dos competidores principales, con precandidatos outlets y acciones en baja en la consideración de la sociedad, asumen el desafío de afrontar elecciones que, en la previa, son presentadas como determinantes. La imagen del presidente viene cayendo sin solución de continuidad, su cadena nacional del viernes de la semana pasada tuvo niveles estremecedores de desinterés, y el acto de este jueves en La Plata entregó una nueva señal de decepción. De las 6 mil localidades del teatro Atenas apenas sí se consiguieron ocupar entre 3 mil y 3.500, y en su gran mayoría se trató de participantes arriados en micros, contradiciendo la lógica del “respaldo individual y consciente” que esgrimía el presidente en el pasado. No le fue bien tampoco en su abandono del discurso de la confrontación y del insulto. En definitiva, sin agresiones ni amenazas el presidente se convierte en un “león herbívoro”, lo que podría ser interpretado como una señal explícita de su declinación. (www.REALPOLITIK.com.ar)
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