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Hogar de políticos, empresarios y personajes de prontuario variado, la administración decidió multar severamente a una familia porque un grupo de niños jugó al “ring raje”. La ironía se vuelve grotesca si se repasan los antecedentes: corrupción, contaminación, robos millonarios y hasta defraudaciones dentro del propio directorio.
En las más de mil parcelas del country Grand Bell, a orillas del arroyo Rodríguez y en el corazón de City Bell, conviven algunos de los personajes más poderosos, polémicos y contradictorios de La Plata. Exintendentes, barras bravas, funcionarios investigados, empresarios furiosos, políticos con causas abiertas y una fauna selecta de ricos que supieron hacer del silencio y la impunidad un modo de vida.
Allí viven, o vivieron, el exintendente Julio Garro; la diputada Victoria Tolosa Paz junto a su pareja Enrique “Pepe” Albistur; la legisladora Carolina Píparo; el exbarra de Estudiantes, Rubén “Tucumano” Herrera; el exfuncionario, Luis Barbier; y una constelación de apellidos que mezclan negocios, política y prontuarios. Algunos fueron procesados por administración fraudulenta, otros por corrupción, lavado de dinero, robo, amenazas con armas o agresiones físicas.
Pese a este prontuario colectivo, Grand Bell sigue promocionándose como un “barrio modelo”. Aunque, a juzgar por los hechos, más que un modelo de convivencia parece un experimento social de ironía involuntaria. Una grotesca parodia de la clase alta del subdesarrollo.
En este escenario, lo verdaderamente insólito es lo que ocurrió hace pocas semanas. La administración del barrio decidió multar con prohibición de acceso permanente y 1.500.000 pesos a una familia porque un grupo de nenas de doce años, invitadas a un cumpleaños, tocaron timbres en algunas casas y salieron corriendo. El legendario juego del “ring raje”, que en cualquier barrio común provoca risas o una simple reprimenda, fue tratado aquí como una afrenta moral.

“En este antro de delincuentes hay personas acusadas de corrupción, robo, lavado de dinero y hasta asociación ilícita, pero como tienen plata los administradores miran para el costado. Ahora vienen cinco nenas de doce años a hacer ring raje y de pronto son los paladines de la moral”, contó, indignado, un vecino del lugar.
El contraste es tan brutal que roza lo literario: el país de los vivos en su versión country. Donde se puede defraudar al consorcio, contaminar un arroyo, agredir a un menor con un arma o golpear a un excónyuge, pero un chico inocente no puede tocar un timbre por diversión.
La ironía se vuelve aún más aguda si se repasa el historial del barrio. En 2017, el presidente del directorio del Grand Bell, Augusto Ripoll, fue imputado por administración fraudulenta y debió pagar una fianza de 300 mil pesos para no ir preso. Lo denunciaron sus propios vecinos por desviar fondos de las expensas hacia otro emprendimiento, Grand Bell II, incluso conectando el medidor eléctrico de un barrio al del otro.
Ese mismo año, la Autoridad del Agua (ADA) clausuró un caño ilegal que arrojaba desechos cloacales al arroyo Rodríguez, con niveles de contaminación cuatrocientas veces superiores a lo permitido por ley. El olor nauseabundo llegó a los barrios vecinos y, tras la denuncia, el país entero se enteró de que el country más exclusivo de La Plata funcionaba, literalmente, como una cloaca.

¿Hubo sanciones ejemplares? Ninguna. ¿Hubo moral indignada? Tampoco. ¿Hubo multa? Sí, pero no al country: a los chicos del ring raje.
Por Grand Bell pasaron algunos de los episodios más absurdos del folclore platense. Allí Julio Garro denunció en 2016 un robo en su casa. Según la versión oficial, le sustrajeron “una cajita con alhajas y 25 mil pesos”. Sin embargo, el ladrón —otro vecino, Patricio Masana— aseguró haberse llevado 6 millones de dólares en efectivo, supuestamente parte de pagos irregulares de la empresa ESUR SA al entonces jefe comunal.
También allí vivió el “Tucumano” Herrera, barra brava, empresario y empleado de la Honorable Cámara de Diputados de la provincia de Buenos Aires, detenido por asociación ilícita junto al exjuez César Melazo. Otro vecino, el empresario Tomás Fredriks, fue imputado por amenazas agravadas tras apuntar con un arma a un adolescente y disparar al aire en medio de una discusión.
Mientras tanto, en los grupos de WhatsApp de Grand Bell se multiplican los robos internos. Vecinos que se roban entre sí, ladrones que entran y salen con absoluta tranquilidad, y cámaras de seguridad que parecen funcionar solo cuando hay chicos jugando al timbre.
Grand Bell es el espejo de una élite que perdió el reflejo. Donde la decencia se mide por el monto de las expensas y la autoridad moral se terceriza a la administración. Un lugar donde el delito se blanquea con una sonrisa en el club house y donde, paradójicamente, el único límite que aún parece tener valor es el perímetro eléctrico.
No sorprende que uno de sus vecinos dijera una vez: “Si llega a entrar un patrullero a Grand Bell, saltamos todos por la medianera”. Tal vez, después de todo, esa sea la frase más honesta pronunciada entre sus muros.
En el reino del revés platense, los delitos millonarios se diluyen entre reuniones de consorcio, y los verdaderos escándalos morales se reservan para las travesuras de cumpleaños. Grand Bell no es solo un barrio cerrado: es una metáfora abierta de la doble moral argentina.
Un sitio donde algunos viven creyendo que el dinero los limpia, hasta que un grupo de chicos toca el timbre equivocado y deja al descubierto lo que ningún muro puede esconder: la podredumbre detrás del lujo. (www.REALPOLITIK.com.ar)
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