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14 de noviembre de 2025 | Internacionales

Preocupación

Panamá: El giro de José Raúl Mulino hacia Pekín desató una crisis de soberanía

El mensaje de Mulino ya quedó claro: discrepar tiene costo. Su reacción no fortalece la institucionalidad democrática; expone a Panamá ante el poder chino y envía una señal inquietante a la región: un presidente dispuesto a inclinarse ante un modelo autoritario aun cuando eso implique erosionar la independencia de su país.

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El presidente José Raúl Mulino dejó al descubierto su alineamiento con China luego de enviar un mensaje directo a los diputados: cualquier viaje oficial a Taiwán no cuenta con “el apoyo ni la aprobación” del Ejecutivo. La frase, calculada y seca, sonó menos a advertencia diplomática y más a una señal de subordinación política ante Pekín.

Lo que debía ser un intercambio parlamentario normal —una invitación de Taipéi para fortalecer lazos con legisladores panameños— terminó convertido en un episodio de presión y censura. La visita, planteada como un ejercicio de cooperación entre democracias, recibió del gobierno una respuesta que recuerda los métodos de los regímenes autoritarios: alinearse sin matices con la narrativa de la República Popular China.

A pesar de la presión, la invitación sigue en pie. Varios diputados reafirmaron que su compromiso es con Panamá, no con intereses extranjeros ni con conveniencias familiares del poder. Mantener el viaje se volvió un gesto de soberanía, un recordatorio de que el Legislativo no debería funcionar como sucursal de ningún gobierno —mucho menos de uno que exige obediencia política a cambio de acuerdos comerciales.

Mulino intenta convencernos de que mantiene un equilibrio entre Estados Unidos y China. Una ficción diplomática. Panamá juega a dos puntas: promete autonomía ante Washington mientras se acerca financieramente a Pekín. La contradicción se vuelve más evidente cuando se analiza el trasfondo económico: el presidente y su hijo —abogado ligado al sector marítimo— tienen intereses directos en el comercio con China. El acuerdo que otorga beneficios a barcos de bandera panameña en puertos chinos vence en marzo de 2026. Nada más útil que evitar disgustar al socio que controla el negocio.

Mientras tanto, sigue vigente el Tratado de Libre Comercio entre Panamá y Taiwán, aprobado como ley de la República. El mismo gobierno que debería velar por su cumplimiento busca vaciarlo en silencio, ignorando su propia legislación y desprotegiendo a los diputados que aún defienden una política exterior coherente.

El mensaje de Mulino ya quedó claro: discrepar tiene costo. Su reacción no fortalece la institucionalidad democrática; expone a Panamá ante el poder chino y envía una señal inquietante a la región: un presidente dispuesto a inclinarse ante un modelo autoritario aun cuando eso implique erosionar la independencia de su país.

Panamá no necesita un mandatario que actúe como operador de Pekín. Necesita dirigentes que defiendan la soberanía, honren la voz del pueblo y sostengan vínculos con naciones libres. Lo que Mulino dijo no fue una advertencia a sus diputados. Fue un mensaje al mundo. (www.REALPOLITIK.com.ar)


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