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Provincia
La muerte de Laprida fue un mojón más en la guerra que dilaceraba las entrañas del país. Los actores principales del drama, cumplido el contrato a que los destinaba el azar, desaparecían tras bambalinas después de desempeñar los papeles siempre repetidos.
Las circunstancias podían ser cambiantes; el fondo era el mismo. A esto se había referido en una ocasión Paz hablando con su prisionero Aldao:
- No se engañe: usted debe su supervivencia a su nombre. No me sirve muerto; ni siquiera como símbolo y advertencia. Somos iguales a ustedes en casi todo, hasta en el cálculo. Hay cuestiones de matices, eso es seguro: yo, en presidio federal, ya estaría muerto.
- En eso se equivoca –había respondido Aldao-. Conocemos también el uso de la prudencia.
-¿La prudencia de que dieron muestras en las muertes de Moyano y Laprida, por ejemplo? Por esas dos muertes tendrían que ser fusilados todos ustedes y sin juicios sumarios que lo ordenen. En eso somos diferentes. Usted seguramente no, por su formación y desarrollo, pero mire a su aliado Quiroga: difícilmente diferencie una letra de otra.
- Eso no interesa a los fines que perseguimos –contestó un desafiante Aldao-. Ahí lo tiene al mentado Laprida. Hombres brutos como los míos dieron los huesos del señorito a los chimangos. Ya ve hasta dónde importa el valor de la ilustración.
- En la misericordia del Señor no somos todos iguales. ¿La benevolencia y la brutalidad tienen la misma recompensa?
- Dios otorga el perdón a todos, usted bien lo sabe –contestó Aldao-.
- Dios puede perdonar a todos, pero discrimina en los matices. Obra como el tiempo: difumina los hechos y resalta las singularidades. Usted debería saberlo mejor que nadie –Paz esbozó una sonrisa-: la historia religiosa no es otra cosa que eso.
- La historia religiosa es la bosta de mis parejeros –contestó Aldao-. No tiene otro valor. Nos valemos de la misma para castigar al justo y exculpar al perverso. Yo mismo, cuando muera y pasen los años, seré un hombre bueno y hacendoso que dejó la vida por sus paisanos. La muerte de Laprida, la de tantos otros que me endilgan, serán olvidadas con el transcurso del tiempo.
- Le tengo una noticia –dijo Paz-. No será fusilado; he pensado otro destino para su excelencia. No quiero tener las manos manchadas con sangre. Lo expulsaré a Bolivia. Olvide sus tierras y su familia por un tiempo considerable. De la próxima no sale vivo. (www.REALPOLITIK.com.ar)
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